Las escenas de violentas manifestaciones que se dieron ayer en Washington se esperaban tarde o temprano. Los sombríos pronósticos las ubicaban el día de las elecciones estadounidenses, el pasado 3 de noviembre, o cuando se conociera la eventual derrota de Donald Trump, lo cual ocurrió el sábado 7 de noviembre. Ese día hubo manifestaciones tanto a favor de Joe Biden, el candidato ganador, como de Trump, pero no se desbordó la violencia.

Mientras los cauces legales se iban desahogando y ratificaban la victoria del aspirante del Partido Demócrata, desde la presidencia estadounidense –en específico desde la tribuna que representa su cuenta de Twitter— se fomentaba una narrativa diferente a la realidad. Todos los días se insistía en que el triunfo de Biden había sido producto del fraude.

Hace tres semanas el Colegio Electoral declaró la victoria de Joe Biden. Ayer se esperaba el cierre del proceso en un acto meramente simbólico en el que el presidente del Senado –el vicepresidente Mike Pence– tendría que ratificar oficialmente los votos electorales. La sesión tuvo que suspenderse debido a la violenta irrupción de cientos de simpatizantes del presidente Donald Trump en la sede del Congreso. Y se hizo el caos.

Una mujer murió en los desmanes; más tarde se reportó la muerte de otras tres personas. Muchos congresistas terminaron resguardándose en el piso. Las armas fueron empuñadas. Se declaró toque de queda en la capital estadounidense.

Las acciones ocurridas este miércoles no surgieron de la noche a la mañana. Son producto del discurso de odio y polarizante que han caracterizado a Donald Trump desde el primer minuto en que anunció su intención de aspirar a la candidatura presidencial republicana, en 2015.

Su gestión cierra como transcurrió los últimos cuatro años: poniendo en riesgo a las instituciones estadounidenses y a una de las democracias más sólidas de las últimas décadas. El alineamiento del vicepresidente y de varios congresistas a los resultados electorales resultaron decisivos para evitar que la pradera siguiera incendiándose.

A Donald Trump le quedan 13 días en el poder. No pueden descartarse aun acciones desesperadas para aferrarse a un cargo que perdió en las urnas, pues las características de su presidencia han sido alimentar la división y esparcir información inexacta. Su mezcla de autoritarismo y populismo aún es un coctel de pronóstico reservado.

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