Poco más de dos décadas después, la economía mexicana vuelve a alcanzar índices de inflación como los que se registraron en el año 2000, cuando los indicadores arrojaron un encarecimiento del 10.4%. Ahora, según el último reporte del Inegi, la inflación reportó un alza de 10.3% en el pasado mes de abril, comparado con las cifras registradas hace exactamente un año.

Sequías, pérdida de cosechas, desabasto, enfermedades, accidentes multitudinarios, todo se conjuga para presagiar que los incrementos en productos y servicios continuarán y que la cifra del 10.3% no será la más alta que se registre.

Incluso el reciente accidente en las instalaciones de la línea 12 del metro se convierte para miles de familias de las alcaldías Tláhuac e Iztapalapa, dos de las más pobres de la Ciudad de México, un nuevo golpe a sus bolsillos, al incrementar los costos de transporte hacia sus trabajos, especialmente para aquellas que no desean perder sus empleos por retrasos continuos.

Productos como el pollo, que resultan básicos y necesarios para el consumo del ciudadano mexicano promedio (como sustituto de otras carnes de costo más elevado y a veces inaccesible como el puerco, la res o el pescado), reflejaron aumentos de doble dígito, constituyendo uno de los productos alimenticios que más contribuyó al incremento inflacionario.

En su ascenso le siguieron también aumentos en el precio de granos como el arroz y el frijol, también emblemáticos de la nutrición mexicana, con incrementos similares y consecutivos por encima del 13%, alzas que se han mantenido sostenidas por más del último año.

En la víspera de las elecciones y en un momento en que por la pandemia y las malas decisiones estatales, el empleo parece haberse vuelto un bien escaso y no renovable, el golpe que recibe el bolsillo de los mexicanos podría traducirse en votos de castigo al gobierno en turno, que en los hechos parece hacer muy poco para defender la economía de sus gobernados.

Hay que estar cuidando la economía y el papel del Banco de México, toda vez que parece que al titular del Poder Ejecutivo mexicano no le interesan los indicadores económicos como parámetro en el cual medir el funcionamiento de su gobierno y el impacto de las decisiones que toma. Porque hay una verdad evidente y ya histórica: la inflación siempre le pega al que menos gana.

Que se entienda en Palacio Nacional que medir la felicidad no contribuye a mejorar la economía de un país y que para incidir en ésta es necesario tomar acciones que la puedan sustentar. Deben darse cuenta que la felicidad por el cambio político hace mucho que quedó atrás, y que en el retrovisor nacional se ve cada vez más lejos.