Parecía solo una enfermedad de las grandes ciudades, de viajeros de mundo o que por sus negocios tienen trato con gente de diversos rincones del planeta. Pero, finalmente, el Covid-19 está llegando a los lugares más apartados de la República Mexicana, a esos puntos de la geografía nacional en los que hay escasez de servicios y apenas si hay un médico por cada mil habitantes. Puntos en los que sus habitantes pensaban que su propio aislamiento los mantendría a salvo de cualquier contagio.

Como revela el reportaje de periodismo de investigación que EL UNIVERSAL presenta hoy en sus páginas, municipios en el estado de Guerrero, una de las entidades con mayor rezago social en sus áreas rurales, enfrentan múltiples carencias en materia de salud: hospitales que nunca se concluyen o equipan, falta de profesionales médicos y de capacitación en donde sí los hay.

Con todos esos rezagos y carencias, la pandemia de coronavirus arriba a esas regiones con toda su fuerza y sin prácticamente nada que pueda contenerla. Incluso el Ejército, en un esfuerzo para confrontar el avance epidémico, tuvo que tomar un hospital aún en obra negra en Chilapa con el objetivo de reconvertirlo en centro de atención Covid, lo que revela el retraso que se vive en las latitudes guerrerenses y que refleja lo que ocurre igualmente en muchos otros municipios mexicanos distantes de los centros urbanos.

Hay que tener en cuenta esos lugares, en donde la llegada de una epidemia o el esparcimiento masivo de una enfermedad sin vacuna o cura, incluso sin tratamiento paliativo, puede ser catastrófico para sus habitantes. En caso de ser alcanzados por el contagio, su viacrucis comienza por su escaso conocimiento de la enfermedad, que los hará retrasar la búsqueda de ayuda médica hasta el punto en que sea demasiado tarde para acudir a un hospital especializado; luego el propio entorno en el que se ubican, con caminos en mal estado y traslados de muchas horas de distancia hasta el médico más próximo, carencia de medicamentos y de suministros sanitarios para el enfermo, su familia y su comunidad; finalmente la saturación en los hospitales en ciudades principales y capitales de estado.

Todo lo anterior constituye un caldo de cultivo que induce que el proceso de contagio sea mucho más agresivo y rápido en las áreas rurales que en las zonas urbanas, situación que se pudo haber evitado desde muchos años atrás si se hubiera priorizado al campo sobre las ciudades en materia de salud, dadas sus propias características de marginalidad y atraso. Es una dura lección que queda para el porvenir.

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