Hoy se cumplen 230 días de que el pasado 18 de marzo se confirmó la muerte del primer mexicano contagiado de coronavirus. Han pasado 7 meses y 15 días. A partir de ese momento la pandemia en el país se volvió un racimo de cifras: muertos diarios, contagios diarios, casos activos, casos sospechosos, camas ocupadas, casos recuperados, número de ventiladores adquiridos...

Se ha vuelto costumbre oír números y porcentajes, pero cada mexicano o mexicana que ha perdido la vida en esta emergencia deja atrás familias rotas, amigos, compañeros de trabajo y muchos sueños por delante.

Por esta razón EL UNIVERSAL presenta hoy algunas historias de esas más de 90 mil personas que han perdido la vida. En este breve selección se aprecia que la enfermedad golpea a personas de todas las edades e incluso con buena salud, a diferencia de lo que se dijo al principio, cuando se mencionó que los adultos mayores y aquellos con enfermedades crónicas eran los más vulnerables.

También, de manera distinta a lo que algunas autoridades querían hacer creer a la población: “los pobres son inmunes al coronavirus, afecta a los ricos”, las historias que se registran en estas páginas y en la edición electrónica —alrededor de medio centenar— dan cuenta de fallecimientos en todos los estratos sociales.

Reducir la situación a un racimo de cifras diarias y a cuatro colores de un semáforo, reduce también la posibilidad de que la población tome conciencia de la gravedad de la situación. Luego de meses con la pandemia encima, los números parecen decir lo mismo: 80 mil, que 90 mil o que 100 mil.

A casi 8 meses de que se decretó el confinamiento, hay personas que parecen haber perdido el miedo a la enfermedad, quizá porque continuaron realizando su vida de manera casi normal sin observar el menor síntoma de la enfermedad. Es posible también que en algún momento hayan tenido el virus, sin presentar algún padecimiento —ese es el riesgo de no realizar pruebas masivas.

La emergencia no se ha terminado, el virus no se ha ido. Las escenas actuales en Europa deben servir para actuar con la mayor cautela, pues cada uno de los muertos tiene nombre, no es solo un número.

¿Cuánto ha incidido en el total de muertes un sistema de salud al que se le han regateado apoyos? ¿Cuál es la responsabilidad de cada ciudadano? ¿Quién ha quedado a deber? El examen de conciencia se vuelve necesario.

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