En algunos estados de la República, la cultura machista y el crimen organizado forman un coctel de extremo peligro para la mujer. Desde Sonora hasta Oaxaca, pasando por Veracruz, Hidalgo, Nuevo León y San Luis Potosí, se han incrementado los reportes de crímenes contra mujeres cometidos en las últimas semanas con extrema violencia y crueldad, en los que parece darse un especial énfasis contra las pertenecientes a comunidades indígenas.

Trece mujeres perdieron la vida en días recientes de formas totalmente execrables, ya sea a golpes, por asfixia o por la acción de armas de fuego o punzocortantes. No conformes con eso, algunos de los cuerpos ya sin vida fueron calcinados o desmembrados para mayor gravedad.

Tanto la violencia doméstica, la que se ejerce por la pareja, la que es producto de conflictos vecinales o escolares, hasta llegar a la que se perpetra por venganza, represalia o como modo de intimidación a otros, han mostrado en los últimos meses estar escalando a niveles grotescos de saña contra las mujeres.

Resulta preocupante que estos recrudecimientos se den justo en el contexto de un movimiento feminista y por la seguridad y los derechos de las mujeres que ha venido tomando fuerza en el último año. Y que lejos de influir en que se cometan menos actos de este tipo y crear una toma de conciencia contra la violencia de género, parece actuar de la forma justamente contraria.

Además de la violencia relacionada con la disputa de territorios y cuotas de poder entre grupos de la delincuencia organizada, está también un notorio aumento de las agresiones domésticas hacia mujeres de todas las edades como resultado negativo del confinamiento impuesto por la pandemia de Covid-19 y la crisis económica y social detonada en consecuencia, mismo que parece haber exacerbado lo peor de la agresividad masculina contra ellas, mucha de ella acicateada por los vicios y situaciones de frustración y desesperación resultado de la misma coyuntura.

Preocupa no solo la saña, la brutalidad y el sadismo ejercido contra esas mujeres —algunas de ellas incluso embarazadas—, sino también el grado de impunidad que permite el actuar de sus perpetradores, el cual parece contar con la complicidad de la indiferencia, la negligencia y la lentitud de reacción de las autoridades encargadas de perseguir a los responsables de tales delitos.

Los ataques con saña demuestran el desprecio que hay por la vida. En este punto no se trata solo de atrapar culpables, sino también de generar conciencia en la sociedad y en los hombres en particular de que las mujeres no deben ser objeto de odio, sino de respeto y aprecio total.

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