Lamentablemente la brutalidad policiaca es algo que trasciende fronteras, y mientras en Estados Unidos siguen cobrando mayor fuerza las protestas por la injustificable muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía de su país, en México ha comenzado a brotar una ola de indignación tras conocerse el deceso de un jalisciense en condiciones similares en la zona metropolitana de Guadalajara.

En ambos casos se hizo uso excesivo de la fuerza por parte de la policía en contra de ciudadanos que cometen faltas cívicas o delitos menores. Ahora se trató del joven Giovanni López, fallecido hace un mes y cuyo caso cobró relevancia a partir de la inmensa atención que se dio a la muerte del afroamericano George Floyd y que encendió una ola de manifestaciones y disturbios que en este momento amenazan con extenderse más allá del territorio de EU.

El pasado 4 de mayo, en un municipio localizado a las afueras de la ciudad de Guadalajara, y aparentemente sólo por no atender las recomendaciones sanitarias de portar cubrebocas, Giovanni López fue detenido por agentes policiacos a quienes opuso resistencia y por lo cual fue golpeado ante sus familiares que exigían su liberación y cuestionaban el actuar de los oficiales. El joven fue inicialmente llevado a instalaciones policiacas pero la gravedad de las lesiones infligidas por los elementos de seguridad, hicieron necesario su traslado a un hospital civil en el que finalmente falleció.

Ahora, impulsados por las protestas por el caso del estadounidense Floyd, ayer se dieron las primeras reacciones violentas en México por la muerte de Giovanni López que, en el contexto de la pandemia de coronavirus que sacude al mundo, constituyen el peor momento para hacer concentraciones masivas de descontento, pues hará aún más difícil contener los contagios.

Múltiples cuerpos policiacos se han creado en los últimos sexenios y no se alcanza la profesionalizacion que, entre otros elementos, debería incluir el forjar entre sus integrantes un criterio de actuación con enfoque humanitario que les permitiera tener el sentido común para discernir los casos que sí requieren el uso de la fuerza y en los que resulta completamente injustificable.

Por otra parte, apostar por hacer encubrimiento de estos actos es una práctica que debe erradicarse a fin de no llegar hasta el punto en que la presión pública hace estallar el descontento, especialmente en momentos en que la tensión social por el confinamiento y la incertidumbre, se convierte en pasto seco capaz de arder sin control ante la más leve chispa de indignación.

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