“Érase una vez un gobierno faraónico en el que sus monarcas se tenían que trasladar en aviones de lujo. Y uno de ellos, por agraciar a su sucesor en el trono, decidió dejarle de regalo el mejor avión que había en ese entonces en el mundo...”. Con esta fábula, el presidente Andrés Manuel López Obrador ejemplificó lo que ha calificado como la lamentable historia del avión presidencial para cuya compra se estimó, durante el gobierno de su predecesor Felipe Calderón, un costo de 750 millones de dólares.

En su momento se dijo que un nuevo avión se tenía que comprar dado que la vida útil de las anteriores aeronaves de la Presidencia ya estaba por concluir, una fabricada en 1987 y otra en 1989. La nueva adquisición sería utilizada en giras internacionales. “El avión es único en el mundo y el gobierno de México se convertirá en su primer usuario”, señalaba la nota exclusiva publicada en julio de 2012 por EL UNIVERSAL. Se justificaba el gasto como una inversión que el Estado haría en gran parte porque más de la mitad de los pasajeros que se transportarían serían periodistas encargados de acompañar al mandatario en sus giras fuera del país.

La compra de la aeronave se avaló como una decisión de Estado ya que el mandatario que lo solicitó, Felipe Calderón, en realidad no lo emplearía, sino que estaría disponible hasta mediados de la siguiente administración (2015), que recayó en Enrique Peña Nieto. En ese sexenio, el gobierno tuvo también la intención de venderlo y hasta se hicieron estudios sobre la factibilidad de ponerlo a la venta, el tiempo que podría llevarse el proceso y la depreciación que tendría la aeronave conforme pasaran los años. El mismo reporte advertía que por sus características de fuselaje ancho e interiores personalizados, sería particularmente difícil hallar alguien interesado y se daba un estimado mínimo de un año para encontrar un comprador.

Desde entonces, el avión se ha depreciado. Su precio de compra fue de 218 millones de dólares y en el último avalúo, reportado por el presidente López Obrador, su valor se fijó en 130 millones de dólares. A esa pérdida hay que añadir el pago de 1.5 millones de dólares por tenerlo un año en Estados Unidos, en espera de un posible comprador.

La historia de esta aeronave queda como ejemplo para nunca más repetir malas decisiones —tomadas por una clase política distanciada de las demandas ciudadanas— que desembocan en pésimas inversiones, algo que no puede permitirse un país con enormes rezagos sociales como México.

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