La comunidad artística es quizá una de las más desprotegidas laboralmente. Se tiene la falsa impresión de que quien se dedica al arte lo hace por gusto y que quienes están en esa área provienen de familias acomodadas que absorben todos sus gastos con tal de ver realizado a uno de sus integrantes. Esta percepción se agudiza aún más cuando la gente sostiene la idea de que la cultura debe ser gratuita y su costo debe ser patrocinado por el Estado o por entidades privadas.

El caso del bailarín Yaroslav Villafuerte, que se expone hoy en las páginas de Cultura de EL UNIVERSAL, revela la otra cara de esta situación: la de un artista que al tener como instrumento de trabajo su propio cuerpo, al sufrir un accidente no sólo ve interrumpido su desarrollo laboral, sino que ante la incapacidad económica de la compañía de baile independiente de la que formaba parte, para cubrir los gastos de su hospitalización y rehabilitación, tuvo que exprimir al máximo un seguro personal con el que contaba, para luego acudir a familiares que vendieron prácticamente todo su patrimonio para ayudarlo y sacarlo adelante.

Para los bailarines que están en la nómina estatal, las cosas tampoco pintan mejor: una medida aplicada a rajatabla en todos los sectores del aparato burocrático federal, la de suprimir los seguros de gastos médicos mayores, ha dejado desprotegidos a diversos creadores e intérpretes artísticos que contaban con ese beneficio para atenderse en caso de accidentarse o presentar alguna urgencia de salud.

En su momento se explicó que los seguros eran gastos onerosos y abusivos que se habían instituido en algunas dependencias estatales para uso exclusivo de directivos y jefes de área. Pero no siempre era así. En el caso de los bailarines de la Compañía Nacional de Danza, dependientes del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), el seguro se instituyó como una necesidad por la naturaleza especial de su trabajo. Con la cancelación, se buscó compensarlos incluso con aumentos de sueldo para que ellos pudieran pagarse su propio seguro, y también se contempló la forma de adquirirlo en grupo para abaratar costos.

El trabajo artístico, y en especial el dancístico, mantiene características especiales que no le permiten regularse bajo los mismos criterios de un empleo común con horarios y lugares de trabajo fijos, ni cotizar en seguridad pública como cualquier otro empleado. Es tiempo de retomar proyectos ya existentes de creación de nuevos esquemas laborales para artistas, que contemplen especialmente la cobertura de salud y otras prestaciones de las que han carecido siempre.

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