Tanto para Estados Unidos como para México, en cuestión regional las prioridades son siempre otras, y más en estos críticos instantes en que cada nación está ocupada en sus propios asuntos. Y mientras los estadounidenses no tienen planes inmediatos para cerrar las heridas y borrar las cicatrices dejadas por Donald Trump en el concierto mundial y de momento sus únicas preocupaciones con América Latina son el tema migratorio y las bravatas y vociferaciones venezolanas, México se abstiene de tomar una postura decidida argumentando, cuando conviene, el principio de no intervención.

Por eso a México se le reprocha ahora su tibieza para no pronunciarse contra actos cometidos contra los derechos humanos en algunas naciones latinoamericanas, como Nicaragua, donde el presidente Daniel Ortega, otrora paladín revolucionario, mantiene ya contra su pueblo y opositores actitudes dictatoriales y represivas.

Pareciera que a la presidencia mexicana no le interesaran los asuntos internacionales, más allá de hacer reclamos por cuestiones sucedidas siglos atrás o para tener muy contados acercamientos con figuras de la izquierda latinoamericana, como el fugaz asilo otorgado al boliviano Evo Morales, quien más tarde decidiría que se podía sentir más a gusto residiendo en Argentina.

En una década o más, México abandonó el liderazgo que ejercía en América Latina y aunque el ascenso de López Obrador como mandatario alentó esperanzas de que nuestro país retomaría con brío ese papel, lo cierto es que esto no sucedió y en el ámbito regional México sigue sin una presencia o rol significativo, por estar concentrado, al igual que sus vecinos, en sus propios problemas.

Además, el problema de América Latina es que no es una unidad cohesionada, como lo han demostrado los traspiés en temas económicos dados en el Mercosur, y es en este momento una región bastante dividida por asuntos fronterizos como lo ejemplifican las pugnas entre Colombia y Venezuela, o incluso los roces entre México y Guatemala a causa de los migrantes.

Aunado a eso, la irrelevancia mexicana hacia sus vecinos latinoamericanos se mantiene y los pocos acercamientos no son suficientes como actos de liderazgo y solo constituyen actos mediáticos o guiños dirigidos a un sector de la izquierda regional, pero que al exterior no bastan para incidir en la percepción de un auténtico liderazgo mexicano en el subcontinente.

En sí, persiste un gran olvido. México debe procurar verse menos en el espejo y comenzar a voltear a ver más a sus hermanos de región.