Como un pueblo con cáncer, así es como el sacerdote Gilberto Vergara García, de Aguililla, Michoacán, ve a su diócesis sacudida por una ola de violencia en medio de una crisis de ingobernabilidad en buena parte del territorio del estado. Y es para ese cáncer que el párroco demanda una cura efectiva que extirpe de raíz el mal que está carcomiendo su estado y que amenaza con llevarlo a la inanición.

Aguililla, una población que vive en medio de fuego cruzado, es el ejemplo vivo y más desgarrador de una tierra que fue víctima de su propia fertilidad, la que la llevó a ser terreno ideal para la siembra de plantas estupefacientes. Ahora, con grupos criminales empoderados en la región, Aguililla es muestra del abandono y del vacío de poder por parte de un Estado que se ha visto ya rebasado por la delincuencia.

Doloroso ver perder a miembros de la familia donde en muchos casos no se vuelve a saber de ellos o no existe una tumba a la cual visitar. Está además el éxodo de algunos de sus habitantes, que deciden no vivir más en esa zozobra y parten para quizá nunca volver. Son mexicanos que están siendo expulsados por la incertidumbre y la desesperanza, y que no encuentran razones para quedarse en su tierra o con los suyos.

Doloroso también que un cuartel de la Guardia Nacional sea atacado por los pobladores en exigencia de seguridad y en reprimenda de que los efectivos se encierren en sus instalaciones mientras cuentan con un abasto seguro de suministros por aire, en tanto que los pobladores carecen de abasto regular por la inseguridad de las carreteras y se sienten dejados a su suerte por el Estado.

Es obligación del Estado dar garantías de seguridad, pero es claro que las estrategias adoptadas no están dando resultado ni los objetivos y metas están lejos de cumplirse. El gobierno federal tiene prerrogativas para garantizar seguridad en la región, pero los casos de Aguililla, Reynosa o Zacatecas son lamentable muestra de que las tácticas no están funcionando.

No se pide al gobierno actual una vuelta a la guerra como la emprendida dos sexenios atrás, pero sí la planeación e instrumentación de estrategias que minen el poder creciente del crimen organizado, con la condición de que funcionen y den los resultados que la sociedad demanda. Algo tiene que hacerse o modificarse en esta lucha contra los grupos de crimen organizado, antes de que tomen el control total del país.

Es acabar con un cáncer social para ayudar a la gente de Aguililla y de muchas otras comunidades a encontrar razones para quedarse en su tierra.