Llenar el discurso oficial de frases como “se terminó la corrupción”, “ya no hay más corrupción”, “el nepotismo es cosa del pasado”… carece de sentido cuando la realidad exhibe lo contrario. El proceso electoral en curso tiene varios ejemplos del favoritismo para designar como aspirantes a algún cargo de representación popular a familiares. Ocurre a lo largo y ancho del país, en prácticamente todos los partidos políticos.

Solo a manera de ejemplo, en la edición de hoy se menciona el caso del municipio de Tlalchapa, Guerrero. Martín Mora Aguirre es el actual alcalde. En la contienda para sucederlo participa su hija Tania Mora Eguiluz; de ganar, recibirá la alcaldía de manos de su padre. Pero hace tres años Mora Aguirre recibió el ayuntamiento de manos de Amalia Mora Eguiluz, otra de sus hijas. Y hace seis años Guadalupe Eguiluz Bautista entregó la alcaldía a su hija Amalia. Si triunfa Tania Mora Aguiluz el próximo 6 de junio, el municipio acumulará 12 años continuos de ser gobernado por la misma familia. No solo han ocupado la alcaldía, los integrantes del clan han tenidos cargos en el Congreso local.

Se puede argumentar que todo se ha hecho de manera legal, que todos los ciudadanos tienen el derecho a ser votados, aunque para muchas mexicanas y mexicanos este derecho sea muy fácil de obtener, sin el mínimo esfuerzo; no lo buscan, les llega. El problema se presenta cuando estas decisiones se miran a través del filtro de la ética y lo moral.

En México son escasos los castigos para funcionarios que hacen mal uso de los recursos públicos. Los “peces gordos” nunca aparecen entre los sancionados por las contralorías de cualquier nivel de gobierno. Si el sucesor en el cargo es del mismo partido político, se omite la revisión a la cuenta pública o se encubren eventuales malos manejos. Que el sucesor provenga de una fuerza política distinta, tampoco garantiza una auditoría eficaz al ejercicio previo del gasto.

Pero que el poder quede siempre en manos de una familia lo único que fomenta es el uso discrecional del presupuesto y prácticamente anula la posibilidad de revisar la forma en que se gastan los recursos.

No se necesita imaginar mucho para pensar incluso que desde el poder se apoya de manera abierta o subrepticia las aspiraciones políticas del familiar.

El gobierno federal machaca con la idea de que terminó con el nepotismo. Si volteara a ver a Guerrero, donde Evelyn Salgado reemplazará en la candidatura a su padre, que la perdió luego de una determinación del tribunal electoral, sabrían que no es así. Un poco de autoevaluación no vendría mal, tanto para el partido oficial como para el resto de los partidos políticos.

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