Las últimas cifras sobre ocupación y empleo dadas a conocer por el Inegi demuestran que en México los empleos remunerados con más de tres salarios mínimos comienzan a ser una rareza, al haberse dado de baja, durante el primer año del nuevo gobierno, a más de dos millones 390 mil trabajadores en ese rango de ingresos. No es de dudar que muchas de esas personas que perdieron un empleo o una fuente de trabajo considerado de calidad, hayan sumado su fuerza de trabajo a los 5 millones de nuevos empleos con percepciones inferiores a ese nivel que se contabilizaron en el mismo periodo.

El nuestro es un país en el que la mayor parte de las ofertas de empleo rara vez superan los salarios de 5 mil pesos mensuales. Lejos han quedado los tiempos en que el sueldo de una sola persona de clase media bastaba para mantener a toda una familia; y si desde hace ya algunas décadas es cada vez más necesario que dos o más, o la totalidad de los integrantes de un hogar contribuyan al ingreso familiar, ahora la crisis está obligando a tener un segundo empleo o alguna otra entrada de dinero.

Y aún a fines del siglo pasado contar con estudios profesionales o contar con especialización o grado de maestro o doctor era garantía de un empleo bien remunerado, en el transcurso de este siglo se ha visto una drástica caída en la oferta del empleo de calidad en el que el nivel de escolaridad alcanzado ya no funge como impulsor del ascenso social como sucedió en buena parte del siglo XX.

A esta situación contribuye por igual la crisis por un descenso drástico en la inversión en industria, comercio y servicios por falta de confianza o por incertidumbre ante la política económica gubernamental; la sobrepoblación que se traduce en una sobreoferta de mano de obra, y la digitalización o automatización de muchos de los procesos que antes se hacían con personal humano.

En México, la pauperización del empleo se traduce en una pérdida de la calidad de vida en otro momento alcanzada. Quienes más han resentido esta caída han sido los miembros de las clases medias que, para sostener su nivel de vida, deben recurrir a la posibilidad de incrementar sus ingresos a través de un segundo empleo o incursionar en la subocupación, es decir, en el sector informal.

La precarización del empleo, si bien permite a la industria reducir costos vía nómina, es un espejismo de eficientización de esquemas productivos y económicos, que a la larga repercute en el conjunto de la economía porque se genera una sociedad con un menor poder de compra y sin acceso a créditos u otros mecanismos de impulso al consumo. El gobierno bien haría revisando su política laboral con una visión integral como parte de sus esquemas de bienestar y justicia social.

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