El fin de semana pasado, la Ciudad de México presenció una de las marchas más impresionantes en defensa de los derechos de la comunidad LGBTTTIQ. Se calculó la presencia de alrededor de 50 mil asistentes. Había de todo: jóvenes, no tan jóvenes, niños, niñas, un popurrí de generaciones.  

A estas alturas, resulta difícil no compartir el reclamo de libertad y de reconocimiento (tanto social como jurídico) que hace esta comunidad en el mundo entero. El argumento corre de la misma forma que muchos argumentos a favor de la libertad individual: como la libertad de credo, la libertad de expresión, la libertad de formar nuestro propio plan de vida, etc.: yo tengo la libertad personal de decidir qué persona quiero ser, de establecer mis preferencias personales y de forjar la vida que yo considero vale la pena de ser vivida, siempre y cuando, estas elecciones no dañen a terceros. Siempre y cuando, mis elecciones no perjudiquen a otros.

En el ámbito personal, desde la más profunda subjetividad, puede haber individuos que no les guste las elecciones que algunos hacen o la forma en que se definen y se entienden a sí mismos, sin embargo, eso no implica que por ello se deben de prohibir, castigar o estigmatizar dichas elecciones en el ámbito público, a través de la ley o de decisiones fundamentales para la sociedad. Efectivamente, yo puedo preferir una religión sobre otra, y eso no me lleva al extremo de pensar que, por ello, el Estado debe favorecerla sobre el resto de las religiones o que deba castigarlas. Esa línea que divide lo público de lo privado, es el núcleo central, el corazón, del pensamiento liberal.

Con esto quiero establecer, que no sólo estoy a favor de la defensa de la diversidad sexual, sino que me parece encomiosa la idea de pensar que tanta gente también lo hace. Sin embargo, y aquí viene la colisión de intereses que sucedió el fin de semana. Año con año, han salido miles a defender y mostrar su aprobación por una vida sexual diversa, pero este año fue singular, pues nos encontramos todavía bajo una de las pandemias más duras que nuestras generaciones hayan vivido. Todavía hay gente muriendo, todavía hay gente que no logra salvar la vida o la integridad física ante el Covid y, aun así, 50 mil personas se reunieron en un mismo espacio, en un mismo sitio y ninguno (así lo muestran las fotos), cumpliendo realmente con las medidas de sanidad necesarias.

Esta situación me lleva a pensar que, si ya había la sospecha de un rebrote brutal del virus en la Ciudad y en el país entero, esto sólo ayudará a que se agrave. ¿Era, en realidad, tan importante esta demostración como para poner en riesgo a toda la población? Y digo a toda la población, porque efectivamente, los contagios no se dan por irresponsabilidad individual, sino son el producto de irresponsabilidades colectivas. Ese es, precisamente el problema en una pandemia. Basta y sobra un irresponsable, para que haya muchos contagiados. Bastan y sobran muchos irresponsables, para que haya miles contagiados.

Efectivamente, en el terreno de los derechos existen colisiones o enfrentamientos entre el ejercicio de los mismos. Sin embargo, en este caso, me parece claro que una verdadera priorización de derechos y un mínimo de reflexión crítica, hubiera priorizado el derecho a la salud y a la vida de todos, sobre el derecho de manifestarse de algunos.

Ahora, no quiero imaginar, sin grado de exagerar, ¿cuántos de los que estuvieron ahí no terminarán en un hospital la semana entrante? ¿Cuántos de ellos no ya contagiaron a otros que ni siquiera asistieron? ¿Cuántos de ellos morirán, literalmente, por la causa y cuántos morirán sin haberla defendido?

Me preocupa que la población sea tan irresponsable. Pero me preocupa más que sea irresponsabilidad moral venga de una comunidad que por años ha tenido que defender una posición moral específica. Si la moral, entendida como la justicia social, se basa fundamentalmente en la pregunta: ¿cómo nos debemos comportar correctamente frente a las otras personas? En esta ocasión fallaron en su coherencia, más no en su reclamo. Siempre los he apoyado y nunca dejaré de coincidir en la legitimidad de su postura, pero en esta ocasión, el reclamo estuvo rodeado de un egoísmo y de una irreflexión preocupante.

La vacuna no implica inmunidad. La vacuna no implica que no contagies. La vacuna no evita la propagación del virus. La vacuna lo único que hace es alertar a nuestro cuerpo para que se prepare en caso de recibir una enfermedad (que en muchísimos casos ha sido mortal).  

Magistrado en retiro del PJCDMX.
Ex embajador de México en los Países Bajos

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