La última semana de octubre se conmemoran noventa años de la “Gran Depresión” . Indiscutiblemente la mayor recesión económica internacional del mundo contemporáneo. En el terreno económico, tanto en la teoría como en la política, este evento cambió la forma concebir al mundo y dio lugar al nacimiento del llamado keynesianismo que sostiene que el Estado puede, y debe, intervenir en la economía para atenuar los ciclos económicos. La alternativa, en su momento la escuela clásica y hoy la neoclásica, sostiene que la intervención pública no sólo no reduce los ciclos económicos, sino que los hace más severos. La evidencia muestra que, cuando se dejan las actividades económicas en manos del mercado, a la postre se generan recesiones, como la que probablemente está en ciernes.

El mantra de los economistas clásicos, y neoclásicos, es “dejar hacer, dejar pasar”. Con esto lo que quieren decir es que el crecimiento y desarrollo económicos se alcanzan si se permite que los privados puedan trabajar sin intervención del Gobierno y sin poner obstáculos a la libre circulación de mercancías y capitales entre estados y entre países. No sólo eso, la escuela neoclásica contemporánea lleva años enseñando en sus libros de texto los llamados “teoremas del bienestar” que sostienen que el óptimo social, medido a través del consumo de la población, se puede alcanzar a través del mercado. Bajo esta óptica, lo opuesto también es cierto: el mercado permite alcanzar el óptimo social cuando no se interfiere con él.

En el preámbulo de la Gran Depresión el mundo pintaba maravillosamente bien. Los autos y la telefonía estaban revolucionando al mundo. Los mercados financieros estaban eufóricos y muchos economistas lo atribuían a la política económica de no intervención. Pero llegó la crisis. Algunos economistas de talla internacional como Friedrich Von Hayek, sostenían que el mercado se auto regularía y pronto desaparecerían los efectos de la crisis económica. Pero un economista inglés John Maynard Keynes sostenía lo opuesto: para salir de la crisis el Estado tenía que intervenir en la economía.

Durante algunas décadas el mundo se hizo, en mayor o menor medida, keynesiano . Pero la escuela neoclásica no murió, sino que se fortaleció y en las últimas décadas del milenio anterior el mundo cambió de rumbo de modo tal que los aparatos estatales se redujeron y dieron pie a mayor participación de los mercados y del sector privado en la economía. Se retomó el mantra de “dejar hacer, dejar pasar”. Las medidas tomadas dieron la imagen de una economía estable, moderada, a esto se le llamo la “Gran Moderación”, episodio del mundo a principios del nuevo milenio donde había tasas de interés bajas y estabilidad macroeconómica. Pero en 2008 quedó claro que dicho periodo no era sino la calma previa a la tormenta.

A poco más de diez años de la crisis financiera internacional de 2008 de ningún modo podemos decir que hemos “conjurado” a las crisis económicas. Ahora mismo países como Alemania y Hong Kong se han declarado en recesión económica. Estados Unidos busca a través de la reducción en las tasas de interés, evitar una recesión. Pero el contexto internacional no ayuda, por lo que no debemos descartar la posibilidad de encontrarnos en la antesala de una nueva recesión mundial.

A noventa años de la gran recesión debemos entender la necesidad de la intervención del Estado en la economía. Debemos replantear el contenido de los libros de texto y reconocer que las crisis son reales. Lamentablemente, la mayoría de los economistas, formados en la escuela neoclásica, se niegan a ver esta dura y necia realidad…

Coordinador Académico de Negocios y Finanzas de la UDLAP Jenkins Graduate School.

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