El cambio climático es una realidad. En estos momentos de la Historia de la humanidad existen muy pocas personas que lo nieguen. La hipótesis más acertada sobre la causa de esto es la de actividades antropogénicas, es decir, somos los humanos los que lo estamos provocando, siendo la mayor causa la degradación ambiental que incluye exterminio de especies, generación de basura y agotamiento de recursos renovables como el agua pero, sobre todo, por la emisión de gases de efecto invernadero. Por primera vez en mucho tiempo el Gobierno de Estados Unidos está tomando en serio el tema del calentamiento global. Ya hay metas establecidas en materia de reducción de gases de efecto invernadero. Sin embargo, alcanzarlas tendrá un costo: que las economías no crezcan. Peor aún, podría ser necesario tener decrecimiento o una reconversión radical de la economía que evite el desempleo y, simultáneamente, mejorar al medio ambiente.

Es un hecho incuestionable que los países que más desechos generan son los de mayor crecimiento económico. China está a la cabeza de generación de residuos sólidos y de gases de efecto invernadero. Estados Unidos lo sigue. Pretender reducir los diversos contaminantes y, simultáneamente, proteger los recursos naturales implica disminuir la producción considerablemente, o tener una dramática reconversión económica, que traería como consecuencia un menor crecimiento económico en algunas áreas y mayor en otras. En el mediano y largo plazos los efectos netos podrían llevar a las economías a una nueva senda de crecimiento, pero en un contexto en el que se dejarían de producir muchos bienes que actualmente se consumen en el mundo entero.

Toda actividad productiva genera residuos. Por ello, detener su emisión significa detener la producción. Es esta la razón por la que varios ex presidentes norteamericanos se negaron a ratificar los acuerdos de París y a tomar medidas que ayudaran a mejorar las condiciones del medio ambiente. El actual presidente parece tener una agenda ambiental distinta a los anteriores, pero alcanzar los objetivos no se es nada sencillo.

La economía circular o de reciclaje absoluto, aunque deseable, todavía no es una realidad. En los países donde mayor cuidado se tiene con el medio ambiente, como en Europa, no se ha logrado el reciclaje al cien por ciento. Ayuda tener un sistema de transporte público masivo de calidad y que dentro del imaginario colectivo se perciba como irresponsable el tener vehículo propio, que genera tráfico y contaminación. Para transitar a una economía más amistosa con el medio ambiente se debe transformar a prácticamente toda la economía y dejar de producir bienes que contaminan y que, hoy se producen indiscriminadamente en todo el orbe, como el plástico pet.

La transición energética igualmente se debe acelerar. Sin embargo, hay que tener cuidado con las energías alternativas, pues son intensivas en acero y tierras raras, que implica explotación minera, que también es contaminante. Adicionalmente, al término de su vida útil generan cantidades industriales de basura que no son fáciles de reciclar, como el asbesto. En pocas palabras, no existen tecnologías que sean totalmente inocuas con la naturaleza. Por lo que la “descarbonización” de la economía podría llevarnos a otras formas de degradación ambiental que no sólo no tendrían una mejor huella ecológica, sino que, en definitiva, provocarían decrecimiento económico.

La protección de la naturaleza tendrá costos económicos. Uno de ellos, y que pocos países quieren pagar es el de tener economías que no crezcan. El crecimiento económico se sigue viendo como un indicador de desarrollo y como algo posible y deseable en el mundo entero. Pero el agotamiento de recursos tanto renovables como no renovables puede provocar que las economías se deban detener en seco. En tal caso, el crecimiento cero, e incluso decrecimiento, será impuesto por la propia naturaleza. En nuestro país ya lo estamos viendo con el agotamiento de los cuerpos de agua y el creciente stress hídrico. Sin agua, no habrá empresas, o sociedades, que sean viables.

Como sociedades debemos tomar decisiones drásticas que nos permitan seguir habitando este mundo en los próximos siglos. Esto será posible solamente si cuidamos al medio ambiente. El problema es que podríamos estar actuando demasiado tarde, por ello lo mejor es tomar acciones inmediatas que permitan transitar a una economía más amistosa con el medio ambiente, aunque ello implique reducir el crecimiento económico o bien, generar actividades económicas no contaminantes que absorban el desempleo ocasionado tras el cierre de las que sí contaminan. Que la sociedad, empresas y Gobiernos no tomen las medidas adecuadas, como acabar de una vez por todas con el plástico de un solo uso y tratar la totalidad de aguas residuales, provocará que la naturaleza nos pare en seco, en cuyo caso no tendremos una economía de crecimiento cero, sino de decrecimiento.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM, UAEMex y UDLAP Jenkins Graduate School.

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