El calentamiento global es una realidad. En días recientes se hizo viral la inundación de la Ciudad de Venecia, Italia en donde no hay calles, sino canales. Las temperaturas extremas observadas en diferentes lugares del mundo en los últimos años y el descongelamiento de los polos es otro ejemplo de los cambios extremos. Independientemente de lo que algunos políticos o empresarios puedan creer o pensar, la humanidad enfrenta uno de sus mayores riesgos, mismos que podrían extinguirnos como especie. No es exageración, es tiempo de tomar medidas que ayuden a mitigar el cambio climático, para hacerlo, es necesario hacer más caso a los ecologistas y menos a los economistas.

La advertencia sobre la barbarie ecológica que vivimos actualmente no es nueva. Desde la época en que el capitalismo nació, un economista y demógrafo, el reverendo Thomas Malthus, advirtió sobre los riesgos de la sobre población y la capacidad de la tierra para alimentarla. El propio Marx señaló que el capitalismo había nacido degradando no sólo a los seres humanos, sino a la misma naturaleza: por doquier que surgían industrias, maquinaria y chimeneas ocupaban el espacio que antaño era cubierto por bosques.

A principios de la década de los setenta, un grupo de académicos internacionales se dieron a la labor de advertir sobre el agotamiento de los recursos naturales y el riesgo catastrófico que ello implicaba para la humanidad. El Club de Roma se encargó de poner el dedo sobre la llaga y señalar que el futuro de la misma humanidad estaba en riesgo de no tomar las medidas pertinentes.

Los economistas no quedaron fuera de la discusión. La aplicación de la Economía Neoclásica, la dominante, al terreno de los recursos naturales dio lugar a la llamada Economía Ambiental, que propone utilizar mecanismos de mercado para poner precio a los recursos naturales, tanto renovables como los que no. Bajo esta forma de pensar, los individuos y empresas seguirían un comportamiento “racional” que evitaría la degradación ambiental. El mercado de los recursos naturales haría su trabajo tan sólo con asignar derechos de propiedad a toda la naturaleza y poniendo un precio al derecho de contaminar.

Los resultados están a la vista. Por ello es que el cambio climático también es consecuencia de las políticas económicas que han endiosado al mercado. Es decir, el calentamiento global también es consecuencia del neoliberalismo.

Recientemente Europa ha tomado cartas en el asunto y desde el poder legislativo se ha declarado emergencia climática internacional. La no regulación de industrias, la generación excesiva de plástico de un solo uso, el uso de combustibles fósiles, la degradación de bosques y selvas, la minería, el excesivo uso de automóviles, entre muchos otros factores deben regularse. El mercado ha demostrado que no es capaz de hacerlo por cuenta propia.

Para combatir el cambio climático se requiere que los diversos poderes, ejecutivo, legislativo y judicial creen un contexto que contenga la catástrofe ecológica. Empresas y consumidores

debemos hacer lo propio. El problema no es menor y la injusta distribución de la riqueza es parte del problema: la mayoría de la población está preocupada por tener recursos que le permitan vivir día a día, en lugar de preocuparse por el medio ambiente. En la medida que resuelven el problema económico, hay condiciones para preocuparse por otras actividades como ciencia, deporte y, por su puesto el medio ambiente.

El mercado fue un dios que falló. Es tiempo de regular.

Coordinador Académico de Negocios y Finanzas de la UDLAP Jenkins Graduate School.

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