El jueves 22 de marzo se conmemoró el Día de la Tierra. En dicho contexto el presidente de los Estados Unidos hizo un importante compromiso en términos de reducción de gases de efecto invernadero: reducir sus emisiones actuales en un cincuenta por ciento para el año 2030, es decir, en menos de una década. Más allá de la ambiciosa meta, se está planteando por primera vez en este país un objetivo ecológico de gran envergadura y su impacto definitivamente llegará a otros países, incluido el nuestro, por lo que la política ambiental tendrá que replantearse. En este Gobierno o en el que sigue, será indispensable tener objetivos ecológicos como prioridad en la agenda política y económica.

Desde la perspectiva de la economía neoclásica, la dominante, el tema ambiental no es otro que el de mercados incompletos, de una mala definición de derechos de propiedad y de la determinación social del grado de contaminación con el que queremos vivir y que las empresas pueden pagar. Un ejemplo de mercados incompletos lo encontramos en el caso de la contaminación, donde bajo el mantra “el que contamina paga” se crearon mercados de bonos de carbonos, estos permiten que las entidades emisoras de contaminantes paguen por tener el derecho de contaminar y los dueños de los sumideros de carbono, como los bosques, reciban dinero por limpiar el medio ambiente.

La deficiente designación de derechos de propiedad provoca que se degraden los recursos naturales que son de todos, pues “lo que es de todos es de nadie”. Bajo esta óptica, la solución se encuentra en privatizar todos los recursos naturales, pues el dueño de dicha riqueza no querrá, bajo el raciocinio económico, que se agoten o contaminen. Medidas como la anterior, condujeron a asignar derechos de propiedad en el campo mexicano bajo Gobiernos anteriores, lo que puso fin al sistema ejidal.

Todo proceso productivo genera contaminación. Eso es inevitable. Por lo anterior, el discurso económico dominante es que el problema ambiental se reduce a que la sociedad decida la cantidad de contaminación que se debe tener, y el mejor mecanismo para determinarla, por supuesto, es el de precios. El mercado debe determinar la cantidad de contaminación y degradación ambiental.

Tal es la lectura de la teoría económica dominante cuando aborda temas ambientales. Aunque en el libro de texto suena bien, existen teoremas que son elegantes y que “demuestran” que el mercado es el mejor mecanismo de asignación de recursos y los precios determinan las cantidades óptimas de lo que se debe producir, pagar a los factores de la producción y, desde luego, contaminar.

Lástima que la necia realidad no se comporte como lo dicen los libros de texto.

La evidencia tanto local como internacional es evidente: a pesar de lo que digan los libros y de los teoremas del bienestar, es un hecho incuestionable que el cambio climático está poniendo en riesgo la existencia misma de la humanidad. La contaminación provoca que en nuestros alimentos, y en el agua, se encuentre contaminantes producidos por el mismo humano, como el microplástico.

Definitivamente debemos hacer algo para conservar nuestra especie. Que Estados Unidos esté tomando el liderazgo no puede menos que aplaudirse. El resto del mundo tendrá que seguirlo. Las leyes nacionales e internacionales tendrán que cambiar para reducir la contaminación y el abatimiento de recursos naturales como bosques y cuerpos de agua. El Gobierno tendrá que intervenir. Durante décadas se ha permitido que el mercado lo haga y los resultados están a la vista. Como país no tenemos más opción que subirnos al tren ecológico. Ello implicará crear un marco normativo que, por ejemplo, reduzcan o elimine a nivel nacional el uso del plástico de un solo uso, como ya ocurre en la Ciudad de México. Además, se podría destinar parte de la producción a una mejor administración de los recursos naturales como en el caso del agua. Esperemos que los gobiernos en turno hagan lo que les corresponde.

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El 23 de abril se celebró el Día del Libro. Cada día que pasa la circulación de libros digitales se incrementa. Esto es también una muestra de como el silicio se impone día a día sobre el carbono. Aquellos que crecimos con libros de papel, discos de vinil y películas en disco o cartucho, vemos como ahora todo se encuentra en la red y en un solo dispositivo como puede ser el celular, una tableta o la computadora. Probablemente los libros de papel pronto pasarán a ser artículos de colección. Cualquiera que sea su formato, tenemos siempre una invitación a tener un diálogo con personas de otros países y de otras épocas, al alcance de un conjunto de oraciones articuladas y ensambladas en lo que denominamos libro.


Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM, UAEMex y UDLAP Jenkins Graduate School.

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