Adriana estaba privada de la libertad en el penal de Barrientos cuando se enteró que estaba embarazada. Ella ya había tenido hijos, así que en cuanto comenzó a sentir los mismos síntomas de los embarazos anteriores, le pidió a la custodia que la bajaran a servicio médico para una revisión. Tenía 3 meses de embarazo cuando se enteró, una de las custodias la llevó con el médico general del reclusorio, pues es imposible conseguir un ginecólogo en un penal. Esa fue su única visita a un médico hasta el día de su parto.

Un día, alrededor de los 7 meses de embarazo (según sus cálculos), se empezó a sentir muy mal. Estaba segura que empezaba a tener contracciones, corrió a pedirle a la custodia bajar a servicio médico, pero un “Todavía te faltan meses para parir, mejor vete a descansar”, fue la respuesta. El dolor que sentía iba aumentando. Habían pasado 5 horas y por más que otras internas intentaban presionar para que la atendieran, nada pasaba. Previendo lo peor, juntaron sábanas, cubetas de agua, tijeras, aguja, hilo, y agua oxigenada. “No te preocupes gorda, si tu bebé llega, aquí la recibimos”, le decían sus compañeras, mientras masajeaban su panza para intentar aliviar el dolor y tranquilizarla.

Después de 11 horas de dolor intenso, lograron bajar a Adri a servicio médico. El médico del penal la mandó de regreso a su celda, después de decirle que no podían sacarla al hospital, porque apenas tenía 4 centímetros de dilatación. Desesperada, Adri llamó a su mamá. Sus papás y su hermano se presentaron en el penal para rogarle a la directora que la dejaran salir al hospital, pero ella insistía en que eso no sucedería hasta que fuera “estrictamente necesario”.

Con lágrimas en los ojos, Adriana recuerda lo que vivió como si hubiera sido ayer. Describe este evento como uno de los peores momentos de su vida, y me cuenta lo difícil que era mantenerse fuerte enfrente de sus familiares, mientras sentía un dolor insoportable, todo para no preocuparlos.

Casi 3 días después de su primera contracción, la bajaron por fin al servicio médico porque se le rompió la fuente. Con 7 centímetros de dilatación, la trasladaron esposada en una ambulancia al hospital, donde por primera vez la atendió una ginecóloga. Muy molesta con las custodias, la doctora les reclamaba y explicaba el riesgo de no haberla llevado antes. Después 5 horas más en trabajo de parto, la pasaron al quirófano. Le informaron que tendría que ser una cesárea de emergencia, pues ya era demasiado tarde. La custodia insistía en entrar a la sala de parto porque, según ella, Adriana se podía escapar, a pesar de que en todo momento había estado esposada a la camilla de pies y manos. Fue gracias a la doctora que la custodia no entró a la hora del parto y logró que le quitaran las esposas. Por la premura de cómo se dieron las cosas, la anestesia no le entró bien, y Adriana sintió prácticamente todo, dice que todavía sueña con ese dolor, especialmente cuando le dan cólicos.

En este punto, yo ardía en rabia de pensar ¿Cuál es la necesidad de esposar de manos y pies a una mujer en labor de parto? ¿Qué peligro puede representar una mujer en estas circunstancias? ¿Cuál es el objetivo si no humillar y lastimar a una mujer en uno de los momentos más vulnerables de su vida?

Renata, una bebé hermosa, de milagro nació bien. En la sala de recuperación, Adriana deliraba, el doctor le cuenta que ella entre llantos gritaba que por favor la dejaran ir, que ella no se había robado nada, recordando el momento de su detención, otro momento traumático que había vivido unos meses antes.

En el cuarto del hospital, estando esposada en todo momento, no podía darle bien de comer a su bebé. Rogó que le quitaran las esposas de las manos para podérsela acomodar, aún así la mantuvieron esposada de los pies a la camilla. Durmió solo unas horas en el hospital, al día siguiente, no la dejaron salir cargando a su bebé. Fue la custodia quien la cargó todo el trayecto de regreso al penal, porque Adri fue trasladada con esposas en las manos y en los pies. Adriana sonríe por primera vez mientras me cuenta la historia, dice que sintió bonito porque, en ese breve momento entre salir del hospital y subir a la patrulla, pudo ver la calle y sentir el viento en la cara.

Llegando al reclusorio comenzó de nuevo la pesadilla. El penal no es un lugar para bebés, no hay espacios donde puedan estar tranquilos, duermen en la celda -en la cama- con su mamá y decenas de mujeres más. Adri me cuenta que desde bebé, Renata se acostumbró a bañarse con agua fría, pues no había de otra. Ni ella ni Renata volvieron a ver a un doctor, nadie volvió a revisar que la niña estuviera bien, y a Adriana ni siquiera le quitaron las puntadas. No le dieron ni una venda para cambiarse. Fueron las internas quienes le regalaron las sábanas con las que dormían, las cortaron para vendarla y le limpiaban las heridas.

Adriana todavía enfrentaba un proceso penal en su contra. Bajar a sus audiencias se convirtió en un problema porque el juez no le permitía entrar a ellas con su bebé, le decía que debía encargarla en el servicio médico, pero a Adri le daba miedo pues Renata estaba muy chiquita y no confiaba en el doctor del penal. Por esta razón, sus audiencias se cancelaron varias veces. Ella tuvo que rogarle a la directora que le diera oportunidad de dejar a Renata con Edith, su compañera de celda, en lo que ella bajaba a audiencia durante horas. Este permiso tardó meses en llegar, los mismos meses que se alargó su proceso penal.

A los 9 meses, Adri salió absuelta. El juez la declaró inocente, y pudo salir con Renata del penal a comenzar una nueva vida. El resto ya es historia, ella es una mujer maravillosa que todos los días nos da un ejemplo de resiliencia y fortaleza, la admiro como a pocas personas. Ha logrado rehacer su vida, tiene un trabajo formal en La Cana y participa en varias actividades educativas y culturales. Adri es un caso de éxito a pesar de tantas adversidades.

Ella nunca debió de haber estado en prisión, nunca debió haber vivido aquella pesadilla, y su niña nunca tuvo que haber nacido en esas terribles circunstancias. Esta es una de cientos de historias de mujeres que son madres mientras están privadas de su libertad, mujeres abandonadas a su suerte, estigmatizadas y traumatizadas por un sistema podrido completamente carente de perspectiva de género. Mujeres que hoy y todos los días debemos recordar, y sobre todo, nombrarlas y contar sus historias para que nunca más alguien tenga que vivir de esta manera su maternidad.

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