La existencia de paz no se limita únicamente a la ausencia de violencia o de guerra, sino que en su aspecto positivo, debe entenderse en actitudes, instituciones y estructuras que construyan y sostengan actividades pacíficas. Es decir, en acciones que efectivamente garanticen el estado de derecho y activamente promuevan la construcción de paz.(1)

Desde esta perspectiva, resulta interesante mirar nuestro sistema penitenciario, como un sistema que –al menos en teoría- debería de contribuir activamente, mediante la reinserción social, a construir los pilares que crean y sostienen la paz. Pero, ¿qué sucede en la realidad?: todo lo contrario. No se necesita ser ningún experto para saber que lo último que se promueve en una cárcel es la paz. Muy lejos de ello, nuestras prisiones están plagadas de corrupción, de incidentes violentos, riñas, motines, desigualdad, y violaciones a derechos humanos. Peor aún, son espacios donde los internos e internas son propensos al contagio criminógeno y donde todos los días se siguen reproduciendo conductas delictivas.

Si realmente queremos contribuir a la construcción de paz, no podemos mirar las cárceles únicamente como lugares de castigo, sino de oportunidad. Debemos promover acciones que transformen aquellos factores que impulsan a la violencia, en acciones positivas; aislar y apartar no resulta suficiente, debemos afrontar y atender las causas estructurales y los motivos psicológicos, sociales y familiares que llevaron a una persona a actuar de determinada manera.

Un estudio cualitativo realizado por el Centro de Investigación para la Paz en México (“CIPMEX”) en 3 centros penitenciarios femeniles del país, demuestra que sí es posible hablar de construcción de paz por medio de nuestras cárceles. El equipo de CIPMEX se dio a la tarea de, durante dos años, realizar entrevistas a profundidad con mujeres privadas de la libertad que participan en programas laborales remunerados, educativos, de salud mental y recreativos dentro de prisión, mismos que son impartidos por la organización La Cana.

Este estudio nos revela historias de mujeres que, viniendo de contextos de opresión y violencia, que difícilmente se distinguen entre víctimas y victimarios, hoy construyen un proyecto de vida lejos de la delincuencia. Mujeres que –gracias a la oportunidad que tuvieron de participar en distintos programas de reinserción social- han encontrado en la cárcel un lugar de aprendizaje, de transformación, y un espacio donde sanar heridas pasadas. Los datos que nos arrojan dichas entrevistas dan cuenta de ello: el 100% de las mujeres que participó en alguna actividad productiva, manifestó haber desarrollado nuevas habilidades y aprendizajes; el 97% valoró el ganar dinero; el 100% reconoce un bienestar emocional gracias a su participación en los programas; el 97% reconoce que los programas la mantienen ocupada y evitan meterse en problemas; el 90% se siente orgullosa de sentirse independiente económicamente; el 85% apoya a sus familiares con los ingresos que genera.

La única crítica en la que coinciden las participantes de dichos programas: No hay suficientes talleres para todas. Y me sumo a su exigencia.

En México no existen suficientes programas de reinserción social en nuestras cárceles. Conocemos los resultados a pequeña escala, este estudio nos presenta evidencia del enorme potencial con el que cuentan proyectos como La Cana, donde trabajamos con herramientas de redignificación, empoderamiento de género, motivación y esperanza. Este tipo de iniciativas no deben limitarse al trabajo de algunas cuantas organizaciones, debemos crear y exigir políticas públicas a nivel nacional que promuevan la reinserción social, si realmente queremos considerar con absoluta seriedad, la construcción de paz en nuestro país.

(1).- “Trabajo oportunidades y reinserción de mujeres internas como factores para la construcción de paz: Un estudio cualitativo en 3 reclusorios de México” Meschoulam et al.

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