En lo que va del año, esta pregunta ha dado vueltas en mi cabeza sin parar. Tan solo en las últimas semanas de febrero nos hemos visto invadidas de tragedias que como mujeres nos hacen vivir en un estado de constante alerta, o más bien, de pánico. “Avísanos cuando llegues” se ha convertido en la frase más utilizada en nuestros grupos de amigas, y es que de los miles de actos violentos que contra la mujer se cometen todos los días en el país, nada nos garantiza que las siguientes víctimas no seamos cualquiera de nosotras.

Las cifras las conocemos: En México, 9 feminicidios son cometidos todos los días, 6 de cada 10 agresiones contra mujeres en la vía pública son de índole sexual, 51% de las mujeres mujeres han sido víctimas de violencia en alguna etapa de su vida, 64% lo han sido de violencia doméstica, y 41% de violencia sexual.

Los medios de comunicación nos han mostrado fotos de mujeres mutiladas y descuartizadas, casos de niñas violadas y abandonadas en carreteras; casos de mujeres que se atreven a denunciar a sus parejas por violencia doméstica, únicamente para toparse con fiscales que desestiman sus denuncias, y no se molestan siquiera en investigar. Mujeres que después son encontradas brutalmente asesinadas en manos de sus maridos; mujeres violadas y autoridades que las responsabilizan por la forma en que vestían; mujeres que tienen la valentía de denunciar abuso sexual y se encuentran con una sociedad que justifica al agresor y se encarga de revictimizar a toda aquella que se atreva a alzar la voz.

Muchos se enojan que nuestra reacción ante estos sucesos sea pintar monumentos. Curiosamente, después de años de protestar, proponer políticas públicas, participar en mesas de trabajo, pedir, denunciar, llorar, partirnos el alma viendo uno y otro caso más de feminicidios y violencia quedar impunes, la pinta de monumentos fue lo que hizo que las autoridades (por no decir la mayoría de los hombres) voltearan a ver la terrible crisis de violencia en la que vivimos. Esto habla mucho de las prioridades que tenemos como sociedad.

Pero en medio de tanta tragedia y de tanto macho defendiendo monumentos y no mujeres, ha surgido algo que me llena de orgullo: la sororidad. Esa hermandad que Marcela Lagarde define como “una forma cómplice de actuar entre mujeres”. Nos hemos unido en alzar la voz por eliminar esa desigualdad que no distingue entre clases sociales, zonas marginadas, o color de piel: la desigualdad a la que nos enfrentamos por el simple hecho de ser mujeres y que automáticamente nos coloca en estado de vulnerabilidad y desventaja frente al hombre.

Movimientos como #UnDíaSinNosotras, y #NiUnaMenos, nos han demostrado que no estamos solas, que juntas somos más fuertes, y que la empatía de la mujer no tiene límites. Que estamos dispuestas a quedarnos sin trabajo, marchar, pintar, romper, y gritar por Fátima, Ingrid Escamilla, Abril Pérez, Lesvy Berlín, Mara Castilla, y las miles más que hoy nos faltan. Que este movimiento no va a parar hasta que cada una de nosotras tengamos la seguridad de que llegaremos sanas y salvas a nuestras casas en las noches.

¿Cómo vivir sin miedo? Aún no lo sé. Pero por lo menos sé que nos tenemos las unas a las otras. Y que si mañana no estoy, mis hermanas marcharán por mí.

@daniancira

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