En su artículo “Elecciones y ciclos económicos en México”, el economista Daniel Flores Curiel presenta evidencia sobre la relación entre los periodos preelectorales y diversas variables macroeconómicas, como el crecimiento económico, el desempleo y la inflación. Sus hallazgos, en línea con estudios posteriores, apuntan a que la incidencia de los ciclos electorales sobre el desempeño macroeconómico es prácticamente nula. No obstante, la relación inversa –el efecto de la situación económica sobre los resultados electorales– podría ser distinta ya que los hogares suelen ser particularmente sensibles a los cambios macroeconómicos que afectan de manera directa su bienestar. En ese sentido, de cara al año preelectoral 2026, la economía podría desempeñar un papel clave en la definición de las preferencias electorales.

Para entender este escenario, es importante partir de la situación actual. Durante 2025 la economía mexicana permaneció prácticamente estancada. De acuerdo con estimaciones del Banco de México, el crecimiento económico del año, medido a través del Producto Interno Bruto, crecería apenas 0.3 por ciento. Este resultado es explicado, en buena parte, debido a las caídas observadas en la actividad secundaria, es decir, en sectores como la manufactura, la construcción, la minería y el suministro de agua, electricidad y gas.

Sin embargo, pese al bajo dinamismo económico, los efectos negativos de este estancamiento aún no se han reflejado de manera significativa en los hogares. La tasa de desocupación, que mide a las personas que se encuentran activamente en búsqueda de trabajo, se ubicó en 2.7%, apenas por encima del nivel registrado en 2024. Asimismo, los ingresos de los hogares han mostrado una tendencia al alza, lo que se ha hecho evidente con los resultados publicados por la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, que muestra que entre 2022 y 2024, los ingresos de los hogares crecieron 10.6 por ciento. Finalmente, la inflación, un tema que afecta de manera directa el poder adquisitivo de los hogares, se ubicó en 3.72% en la primera quincena de diciembre, lo que podría definirse como una inflación controlada.

En términos generales, el 2025 cierra “tablas” en materia económica. Un crecimiento económico prácticamente nulo que, hasta ahora, no se ha traducido en un deterioro directo del bienestar de los hogares. No ha sido un año lo suficientemente negativo como para detonar escenarios críticos, pero tampoco uno con el dinamismo necesario para generar expectativas particularmente favorables.

Para 2026, en contraste, se prevé una economía relativamente más dinámica, al menos en comparación con el año previo. Las proyecciones del Banco de México apuntan a un crecimiento cercano al 1.1%, acompañado de expectativas de inflación estables que permitirían reducciones graduales en las tasas de interés. A ello se suman los incrementos al salario mínimo y sus posibles efectos de derrame, que podrían fortalecer el consumo interno. En este contexto, el gasto público —una de las variables para las que sí existe evidencia sobre su vinculación con los periodos electorales— desempeñará un papel relevante en la reactivación económica, particularmente en los sectores donde se concentran los recursos públicos. Se estima que, para este año, el gasto público registre un incremento de 5.9%, lo que contribuiría a aliviar, aunque de manera limitada, el dinamismo económico. En conjunto, 2026 se perfila como un año de crecimiento moderado y con menores presiones macroeconómicas que las observadas en 2025.

Un escenario de relativa estabilidad económica, sin duda, tiende a favorecer al gobierno en turno. Sin embargo, ello no implica la ausencia de retos. Aunque la inflación general se mantiene dentro del rango objetivo, el componente subyacente —que incluye mercancías y servicios y es más difícil de contener— ha mostrado presiones al alza. Sin embargo, el riesgo más relevante radica en el cumplimiento de las expectativas económicas para el próximo año, en particular en la viabilidad de transitar de un crecimiento de apenas 0.3% en 2025 a uno de 1.1% en 2026, en un contexto marcado por una caída significativa de la inversión privada —5.2% en su último corte— y por un consumo privado que ha crecido, pero principalmente en importaciones. Lo anterior, aunado a la reestructuración arancelaria a nivel mundial, podría generar presiones sobre la economía.

En conclusión, el principal desafío para el gobierno en turno durante 2026 será sostener una economía “en gris”: sin cambios abruptos ni reformas estructurales de gran calado, manteniendo una estrategia económica similar a la observada en 2025. Si bien un entorno de relativa estabilidad puede favorecer políticamente en un año preelectoral, dicho equilibrio podría verse comprometido conforme cierre 2026. El mayor gasto público previsto para el próximo año implicará presiones adicionales sobre las finanzas públicas, en un contexto de bajo dinamismo económico e ingresos limitados, lo que obligará a administrar cuidadosamente los márgenes fiscales, evitar desbalances presupuestarios y posponer decisiones de fondo en materia tributaria. En ese sentido, durante 2026, el reto no será crecer con fuerza, sino evitar que la economía se convierta en un factor de desgaste político.

Presidenta del Colegio de Economistas de Aguascalientes

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