Por César Herrera Toledo

Coordinador del Comité del Agua del CICM

La crisis del agua ha comenzado. En la celebración del Día Mundial del Agua, los días 22 de marzo de cada año, se dan a conocer cifras mundiales impresionantes en relación con la población sin servicios de agua y saneamiento y sus efectos en la salud; el daño generado por las sequías que azotan a cada vez mayores áreas agrícolas, y las inundaciones que afectan en mayor medida a las poblaciones más desprotegidas. Las agencias internacionales acuerdan hacer mayores esfuerzos para mejorar el manejo del agua y los países dan a conocer sus planes para avanzar en la solución de sus problemas de agua y para cumplir con los compromisos planteados por organismos como la ONU.

México no es la excepción. La crisis se refleja en el suministro de agua a la población; muestra de ello es que aun cuando la cobertura de la infraestructura para el suministro de agua potable es del 96.3%, en 2020, sólo el 59% de la población contaba con agua todos los días y con excusado exclusivo y conexión a red de drenaje o fosa séptica; también ha afectado a la agricultura y al medio ambiente: cada año dejan de cultivarse un promedio de 500 mil hectáreas en los distritos de riego, debido a diversas razones, mientras que los impactos en el medio ambiente se observan en el incumplimiento de los caudales ecológicos, reducción de las zonas de recarga de acuíferos por cambios de uso del suelo y la reducción de áreas de conservación; y las inundaciones son frecuentes, originadas por lluvias intensas que superan la capacidad de almacenamiento o de la infraestructura de desalojo.

Los efectos descritos han sido manejables hasta ahora, pero estamos siendo testigos del impacto que pueden tener en nuestro país problemas globales que afectan las importaciones de productos agrícolas, como el conflicto entre países productores de granos y de fertilizantes; otro problema global ha sido la pandemia de COVID-19, a causa de la cual se requirió un mayor volumen de agua para reforzar las prácticas de higiene, condición que obligó a extraerla de fuentes con mayores costos de energía para dotar de agua potable a las poblaciones.

En la actualidad, pero aún más en el futuro, el crecimiento de la población y el cambio climático serán dos detonadores que harán más severos los problemas de agua de no tomar acciones para evitarlo. La concentración de la población en centros urbanos hará más complejo el abasto de agua y el saneamiento debido a que, en general, las fuentes cercanas a las poblaciones han sido ya utilizadas y será necesario recurrir a sitios más distantes que implican costos mayores. El incremento de la temperatura incidirá en la demanda de agua para consumo doméstico y para la agricultura, entre otros efectos.

Es probable que parte de los problemas que enfrentamos se deban a que en la gestión de los recursos hídricos se ha privilegiado la visión de silos o sectores como si estos fueran independientes: agua potable y saneamiento, agricultura, generación de energía, entre otros. Al hacerlo se ha desestimado la posibilidad de lograr sinergias que reduzcan los volúmenes de agua extraídos de las fuentes superficiales y subterráneas. Hay que recordar que en nuestro país la disponibilidad de agua presenta grandes contrastes: en las zonas centro y norte, que son desérticas o semidesérticas, se encuentran los mayores asentamientos de población y gran parte de las actividades productivas consumidoras de agua; por otro lado, en el sureste, donde hay

menos demanda de agua, hay una mayor disponibilidad. Esta condición obliga a buscar nuevas formas de aprovechamiento en las que se integre el manejo de agua superficial y subterránea, la infraestructura sirva para varios propósitos (como las presas de usos múltiples), y simultáneamente se proteja al medio ambiente para regular y conservar el recurso.

Para salir de la crisis y avanzar en la solución de los grandes problemas del agua en la perspectiva de la seguridad hídrica, que garantice el agua para todos los usos con un nivel aceptable de riesgos, es indispensable tener clara la visión futura del agua: ¿cómo nos imaginamos que deben ser los servicios de agua y saneamiento en ciudades y en comunidades rurales?, ¿será el reúso de agua en una economía circular una alternativa viable?, ¿la tecnificación del campo permitirá contar con alimentos y aportar agua a otros usos?, ¿las Soluciones basadas en la Naturaleza sustituirán a la infraestructura de desalojo de agua?, ¿la descentralización de funciones relacionadas con el agua es la manera más conveniente del manejo del recurso?, etc. Para dar respuesta a esas preguntas, es necesario hacer un ejercicio de prospectiva, de largo plazo, con la participación de usuarios, expertos en los diferentes temas, funcionarios gubernamentales y, en general, de la sociedad, para configurar el futuro que queremos

La visión futura ha resultado un camino para elaborar políticas y programas del agua en otros países. Por ejemplo, el Programa España 2050 analiza sus futuros y trabaja en los que considera más convenientes; en el Reino Unido los planes de agua que antes eran a 25 años, ahora son a 50 años; en Alemania los planes son al 2050, por mencionar algunos países donde reconocen que el cambio climático y el crecimiento de la población (donde aún hay gran crecimiento), deben verse en esa perspectiva para evitar llevar a cabo acciones de corto plazo que pueden ser superadas rápidamente. Eso no quiere decir que los planteamientos a largo plazo sean inamovibles; es posible revisarlos con cierta periodicidad y hacer los ajustes que sean convenientes.

Contar con una visión de largo plazo para el agua en México, permitirá reorientar las acciones de los sectores tradicionales e introducir medidas que aprovechen la tecnología; asimismo, permitirá dar continuidad a programas que rebasan los períodos administrativos.

Muchos problemas de agua en México se han agravado a lo largo de los años; no podemos pensar en resolverlos solo con acciones inmediatas. Sería conveniente que contemos con un plan de largo plazo en el que participe la sociedad, tanto en su elaboración, como en la vigilancia de su cumplimiento.

Esperemos que la celebración del Día Mundial del Agua del año próximo podamos dar a conocer la hoja de ruta con una visión de largo plazo, para avanzar en la construcción de la seguridad hídrica del país.

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