A las crisis sanitaria, económica y de seguridad que trajo la Covid-19 se suma una más que puede ser devastadora: la crisis educativa. Se trata de millones de alumnas y alumnos, de todos los grados, cuya formación está en riesgo. Hablamos de un retroceso que podría ser de varias décadas y de generaciones enteras que podrían perderse, desde el punto de vista educativo, así como en cuanto a su futuro profesional. Esta crisis tiene varias aristas.

Los especialistas coinciden en que el modelo “a distancia” –a través de la televisión y otras plataformas electrónicas– es prácticamente inútil para transmitir conocimiento. Sin la intervención presencial de una persona profesional de la educación, la comprensión, retención y aplicación de los saberes por parte de los alumnos se reduce a niveles insignificantes.

Además, el aprendizaje fuera de las aulas exacerba las ya de por sí amplias brechas de desigualdad. La escuela pública, con todas sus insuficiencias, cumple una función de nivelador social en acceso a educación y cultura. En cambio, con la modalidad a distancia ahora las niñas y niños de hogares con pocos ingresos, que tienen padres con bajo nivel educativo y poco tiempo para orientarlos (porque trabajan fuera de casa), y que no cuentan con espacios adecuados para concentrarse en los estudios, tendrán en su enorme mayoría un aprovechamiento inferior respecto de quienes provienen de hogares más privilegiados.

Más allá de la instrucción de contenidos, la escuela presencial es un espacio de socialización que no puede sustituirse con medios virtuales. Sobre todo, para las niñas y niños más jóvenes, la escuela es la principal ventana al mundo, que trasciende el hogar y en donde forjan sus primeras amistades, adquieren autonomía, aprenden a relacionarse y practican la convivencia en sociedad.

En las universidades, por ejemplo, no sólo se adquieren conocimientos especializados; mediante la interacción con sus pares, los estudiantes crean relaciones personales y aprenden unos de otros habilidades extra académicas valiosas para su futuro profesional. Sin un entorno presencial, se cancela en gran medida la adquisición de estos recursos.

Por si fuera poco, existe el riesgo de que el impacto de la crisis económica aumente la deserción escolar, particularmente en los niveles medio superior y superior.

Enfrentamos una crisis transversal a todos los niveles educativos y estratos sociales. Sin duda el impacto negativo es diferenciado, pero los alumnos de educación privada tampoco están exentos de padecer estas desventajas. Se trata de una tragedia generalizada.

Lo más preocupante es la falta de una estrategia desde el gobierno. El modelo a distancia que tenemos hoy es una respuesta reactiva y deficiente, que más que solucionar los problemas mencionados parece una forma de maquillar la realidad, para que parezca que la vida continúa con normalidad y los padres de familia tengan una falsa tranquilidad.

Se requiere es una estrategia remedial e integral, que contemple la posibilidad de un confinamiento extenso. De hecho, esta crisis puede convertirse en una gran oportunidad para discutir a fondo las insuficiencias del modelo educativo: aquellas derivadas de la pandemia; pero también las heredadas de un rezago histórico.

En este diálogo, los docentes deben ocupar un lugar central. Las maestras y los maestros son quienes mejor han sabido adaptarse a los contextos más desiguales y a las condiciones más adversas para desplegar sus capacidades pedagógicas frente a nuestros hijos. Sus experiencias exitosas pueden orientarnos hacia el camino correcto.

Claudia Ruiz Massieu
Senadora de la República

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