Se dice que la democracia se debe construir a diario, y es cierto; pero no menos cierto es que su desmantelamiento tampoco pasa de un día para otro: es una labor metódica, que va minando poco a poco a las instituciones, las leyes y la confianza de las y los ciudadanos.

La crisis poselectoral que vivió Estados Unidos, por ejemplo, comenzó mucho antes del día de los comicios. Durante los meses previos, diversos partidarios de Donald Trump comenzaron a sembrar la desconfianza en las elecciones. Se dijo, sin prueba alguna, que se avecinaba un fraude. La fórmula fue simple: descalificaron sistemáticamente los mecanismos institucionales.

La estrategia resultó útil para deslegitimar el proceso entre buena parte del electorado: 70% de los republicanos encuestados después de la elección consideraron que esta no fue “libre ni justa”. Y luego vino el 6 de enero, cuando un grupo violento irrumpió en el Capitolio para tratar de impedir, por la fuerza, la ratificación del triunfo del candidato legal y legítimamente ganador.

En México, hace unos días el Instituto Nacional Electoral aprobó el uso limitado de urnas electrónicas. Se trata de una prueba piloto, que únicamente operará en 100 de las más de 164,500 casillas que serán instaladas el próximo 6 de junio. De hecho, un ejercicio similar se realizó exitosamente el año pasado, en las elecciones locales de Coahuila e Hidalgo.

Esta medida, totalmente legal y transparente, fue de inmediato utilizada por varios representantes del oficialismo para arremeter una vez más contra el INE. Esta vez, revivió nuevamente la narrativa de que supuestamente se quiere hacer un fraude con la complicidad del árbitro.

Por supuesto, en democracia es tan válido como necesario debatir los mecanismos electorales, pero resulta preocupante que, a menos de cuatro meses de los comicios, haya actores políticos alimentando teorías conspirativas y deslegitimando al INE como una forma de propaganda.

Esparcir dudas infundadas sobre la autoridad electoral, y generar desinformación sobre el proceso entre la ciudadanía, es el caldo de cultivo para un quiebre institucional. En efecto, si los resultados no son los que espera la parte de la ciudadanía que ha hecho suyas estas dudas y teorías, será fácil que se intente desconocer el veredicto de las urnas, habiendo desacreditado de antemano las elecciones. Lamentablemente, no sería la primera vez que sucede en nuestra historia reciente. La diferencia, es que esta vez quien promueve la narrativa del fraude no es la oposición, sino el partido en el poder.

Por todo ello, es indispensable inocular a tiempo el proceso electoral de 2021 contra las voces que, parecería, pretenden descarrilarlo si no se ajusta a sus pronósticos. Para ello, el INE deberá seguir siendo muy escrupuloso en brindar información clara sobre sus acciones y decisiones. A ello, deben sumarse las voces de todas y todos quienes defendemos a la democracia, para contrarrestar la campaña de desinformación que, previsiblemente, sólo se incrementará a medida que se acerque el 6 de junio.

La única incertidumbre que debemos tener las y los ciudadanos al ejercer el voto, es sobre el resultado de la elección. Con visión de Estado, defendamos los fundamentos de nuestro sistema democrático. Estamos a tiempo.

Senadora de la República

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