Las reglas son muy sencillas aunque un tanto difíciles de seguir: si está muerto, entiérralo, olvida dónde lo enterraste y nunca, pero nunca, pronuncies su nombre porque si lo haces, regresa y no hay manera de que te deje en paz.

La fórmula del olvido proviene de la extraordinaria cinta Los pequeños detalles, escrita y dirigida por John Lee Hancock, el mismo que de aquella admirable pieza titulada Un mundo perfecto —en la que Kevin Costner huye de la ley en compañía de un chaval y les ocurre un extraordinario proceso de crecimiento interno—, y se refiere directamente a muertos clínicamente hablando, aunque con facilidad puede extenderse a las relaciones interpersonales.

Ese procedimiento del olvido se complementa con el de otro querido personaje de ficción, el Joker, quien en alguna de sus múltiples apariciones propone el siguiente acertijo: “Si puedo poner lágrimas en tus ojos y revivir a los muertos, ¿quién soy?” Desde luego, el recuerdo. Y si entramos ya en Los pequeños detalles, el olvido de los muertos —particularmente de aquellos en cuyo proceso de cambio intervienen los personajes vivos y actuantes—, entonces lo que parece un simple consejo de supervivencia, se vuelve una regla de oro.

Denzel Washington —el alguacil Joe Deacon—, sabe que así debe ser porque en caso contrario las consecuencias las pagan quienes se quedan sobre la tierra y no debajo de ella. Y trata de hacérselo entender —si lo consigue o no es ya un asunto que el lector decidirá cuando acuda a la cinta— a Rami Malek (Jim Baxter), un relativamente joven detective de homicidios que se enfrentará junto con Deacon a dos tipos de enemigos: uno, tangible aunque no del todo porque es esquivo y extralúcido, un asesino en serie, y el otro, el recuerdo.

Sería muy sencillo decir que si a esa dupla de excelentes actores se suma Jared Leto —caracterizado de manera discreta y acertada—, entonces él sería el asesino en serie tan buscado. Pero el planteamiento del largometraje no es nada simple: cuando las pruebas de su participación en los homicidios perpetrados no son claras y en el peor de los casos apenas circunstanciales, el asunto se complica. Y mucho.

Con las técnicas forenses de las que disponemos hoy —bueno, con las que disponen los países muy avanzados—, las pesquisas se vuelven menos arduas. Pero Los pequeños detalles transcurre cuando las computadoras todavía usaban, aunque entonces era la tecnología de punta, el sistema MS-DOS, del cual el flamante aunque joven detective Baxter tratará de obtener apoyo. A la circunstancia sumemos que Deacon ni siquiera precisa de una computadora, sino de la observación, de sus notas, de la pesquisa en el lugar de los hechos y de la paciencia. Y, permítame insistir, tiene en contra de sí, por más que intente usarlos a favor, a sus propios recuerdos.

La cinta podría valer tan sólo por ver juntos a cuadro a esos tres actores o por el enorme conflicto moral, no ético, que se plantea, pero tiene además el mérito de que es una obra del género negro que presenta sus respetos tanto a los grandes escritores de la materia como a películas a las que hace breves homenajes, señaladamente a esa joya que es Seven, de David Fincher.

Cuando la vea, encontrará que de forma por demás curiosa existía ya una canción norteña mexicana que encierra en unas cuantas palabras toda la experiencia de Deacon, aquella que dice “Ya te velé, ya te enterré y te puse flores”. Aunque, cierto, es más fácil cantarla que dejar en paz a ciertos muertos para que no vengan de regreso a jodernos la vida.

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