Desde luego, tan sólo intentar la concepción de una idea así resulta repulsivo, brutal, digno de países dictatoriales en donde se diezman poblados enteros o se somete a las jóvenes mujeres, propiamente niñas, a rituales desde luego criminales como la ablación genital.

Tan sólo pensarlo, digo, un México sin mujeres —y no sólo porque todas acaben muertas a manos de mafias o grupúsculos intocados por el poder que debería judicialmente ponerlos en orden— es inconcebible.

Pero falta muy poco para que las mexicanas emigren del país con tal de no ser ni violentadas sexualmente ni asesinadas.

En realidad, el fenómeno ha empezado a ocurrir en silencio: quién más, quién menos, sabe de la hija de algún amigo o familiar, al menos una, que estudia fuera —con el costo económico tremendo que ello implica para sus padres— pero no únicamente por una formación desde luego 10 veces mejor que la que podría encontrar aquí, sino porque el proyecto a cortísimo plazo es que esa hija cumpla con los requisitos de la nación en donde estudia, consiga trabajar profesionalmente y no regrese jamás, por ningún motivo, a este matadero, a esta carnicería. Todos conocemos a alguien así. Y si no me cree, pregunte: aun las jóvenes que se fueron, pongamos, a Estados Unidos, sin un plan académico sino a incorporarse al mercado laboral en puestos muy modestos pero bien remunerados, no lo hicieron para regresar —a diferencia de muchos varones que sí lo hacen luego de algunos años de trabajo y de formarse un pequeño patrimonio—: tarde que temprano, mientras no consigan deportarlas, esas mujeres ya adultas cumplirán con las numerosas obligaciones que impone aquel país y obtendrán su estancia y permiso laboral.

Que en todo el mundo hay crímenes en contra de las mujeres, que el feminicidio no es patrimonio de los países con un tejido social podrido como el nuestro —y desde diciembre hacia acá más viciado e insalubre que nunca—, lo sabemos. Pero si menciona usted un país de los que conforman la Unión Europea, tan sólo para alejarnos del vecino del norte, verá que si allá se comete un ilícito en contra de una mujer —también de un varón pero nuestro caso ahora es del lado femenino—, se investiga, se aplica la ley, se resarce el daño y se castiga al culpable.

Acá el sermonero principal podrá decir mañosa y mañaneramente que la violencia se debe a la falta de felicidad y uso de las drogas (así, en general, como si todas fueran iguales), pero ignora —como ignora tantos y tantos datos y por eso se inventa los suyos propios que por cierto nunca muestra— que el consumo de sustancias químicas que alteran la percepción se emplean en Europa como aquí los bolillos calientes: a pasto, a manos llenas, a diario. Y no por ello se incrementa el índice delictivo en contra de las mujeres europeas.

Así que no le digan, que no le cuenten: en México, los ataques de orden sexual y los homicidios en contra de mujeres suceden porque desde hace décadas a nadie le importaron, salvo a los familiares de las víctimas. Recuerde, si no, el querido lector, aquel infierno que en los medios y en el habla de todos los días se fue llamando “Las muertas de Juárez” y que tuvo entre sus principales puntos de conflicto el tristemente famoso Lote Bravo. Un periodista que me dispensaba por entonces su amistad empezó a trabajar sobre la historia. Fue y vino muchas veces, hasta que un día dejó de aparecerse en las tertulias usuales. Finalmente lo encontré, reconocible apenas luego de una serie de cirugías faciales. Charlamos de todo hasta que le hablé de la posibilidad de ir juntos a Ciudad Juárez y escribir sobre las novedades al respecto. Me tomó por la solapa de la camisa y me gritó, en perfecto estado de sobriedad, que bajo ninguna circunstancia fuera a meterme allá, que para eso ya estaban los periodistas que nacieron en el sitio y conocían el terreno, y que si su rostro era irreconocible fue porque una fracción de los dueños de aquel negocio —sí, el feminicidio era un negocio— lo atraparon y luego de destrozarle el cráneo y el rostro lo dejaron tirado creyéndolo muerto.

El silencio por parte de las autoridades en aquel entonces de estados fronterizos del norte fue notable, más notable incluso que las detenciones o los juicios, casi inexistentes.

Y el modelo criminal escaló, como ocurre con cualquier sistema ilegal que produce dividendos a cambio de un riesgo de inversión tan mínimo que raya en la gratuidad. Esto es: violar y matar a una mujer, con todo y camaritas y “reuniones de emergencia”, no se castiga en el país; son dos delitos gravísimos que se cometen a diario en todo el territorio y contra los cuales no existe un protocolo específico que los combata. No existía tal protocolo hace tres décadas, no existe ni existirá ahora con la 4T con sus funcionarios de opereta que hacen invisibles los feminicidios a cambio de hacer muy visible un ilícito callejero como pintarrajear la base de un monumento (parece que no sabe que existen repelentes a las pinturas usuales en este tipo de hechos).

Ante la histeria ficticia proveniente de la autoridad y de alguna gente de bien que cae en el cuento, vale preguntarse antes de que ocurra lo que tiene que ocurrir: qué esperaban: ¿diademas de flores u otros datos?

Google News

TEMAS RELACIONADOS