A diferencia del gobierno federal que para cualquier problema presente tiene el pretexto de que es herencia del “pasado neoliberal”, de la “mafia del poder” o de los “adversarios políticos”, la administración pública de Querétaro no puede esgrimir esos pseudoargumentos acomodaticios, sino que ha de actuar de manera tan enérgica e irrebatible que no sólo en La Corregidora sino en ningún estadio del país se repita la cobarde y enfermiza masacre que iniciaron las barras del equipo local y del visitante.

Por lo pronto, desde diversos frentes, ha ido cobrando forma la especie de que todo fue planeado desde fuera, algo así como un golpe de Estado local para dañar la relativa buena imagen que tiene Querétaro comparativamente con otras entidades en las que la violencia manda. Si esta teoría de la conspiración fuera cierta, tendría que ser demostrada y no sólo puesta como un distractor para evadir la responsabilidad de la seguridad pública. Se ve muy cuesta arriba, pero políticamente funciona como una pequeña parte del control de daños.

Hasta ahora, las medidas adoptadas por la Federación Mexicana de Futbol son mínimas: vetar al estadio por un tiempo indefinido y no permitir la entrada de las barras (pinche nombrecito mamón) de los equipos visitantes. Eso no es nada tomando en cuenta la gravedad de los hechos. Equivale a que una carretera en la que un día sucede un atraco masivo se cierre parcialmente y que además de los usuarios de siempre (trabajadores, familias, estudiantes) también puedan circular por ella quienes tengan un permiso local expedido por los dueños o concesionarios de la vía. Es una medida poco útil aunque, desde luego, el Corregidora deba ser cerrado.

Es fácil apreciar al equipo de los Gallos y al estado que lo arropa. Pero más allá de cualquier simpatía deportiva o social, lo ocurrido el fin de semana rebasó todos los límites. Una forma de quitarle presión al severo problema fue decir rápida y reiteradamente que no hubo personas fallecidas. Sin embargo, ahí se cometieron muy diversos ilícitos, el más grave de ellos, desde luego, es el homicidio en grado de tentativa. Y eso nadie nos lo contó: lo hemos visto y lo seguiremos viendo en tanto aparezcan más videos del lugar de los hechos. Si patear entre varios a un caído es de cobardes, robarle las pertenencias cuando ese caído ya está inconsciente y en peligro de muerte es de chacales.

La pregunta a la que es preciso responder para ir desenredando la maraña de intereses que generaron la violencia es ¿quién sale beneficiado? Por lo pronto, todos pierden, empezando por las familias que se vieron amenazadas y se salvaron como les fue posible. Pierde también y por necesaria extensión, la ciudadanía local que quizá pensó estar más o menos a salvo de los ajustes de cuentas entre grupos rivales (barras o no). Pero seguimos sin saber quién gana.

Un hecho trágico de la magnitud de lo visto implicaría desde luego la desafiliación de la liga no sólo del Querétaro, sino del Atlas, y si continuamos por esa vereda, la FIFA tiene la potestad de no permitir la participación de México en Qatar. De todo ello, quizá sólo el equipo de los Gallos deba cambiar de nombre y de sede porque los dueños del negocio no van a perder ni un peso en un espectáculo cada vez más mediocre como el futbol mexicano, pero que tiene altísimos rendimientos económicos.

“Bienvenido a la pesadilla”, le dijo premonitoriamente el Subcomandante Marcos al entonces presidente Zedillo. Con todo el dolor, pero bienvenido al México real, Querétaro.

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