La sola idea sencillamente no cuadra con ninguna lógica. Vamos, que el Presidente de un país ha de tener suficiente trabajo de orden político como para ocuparse en andar defendiendo su ideario vía un libro. Es claro que no le hace falta, y menos en México, donde nadie lee, y muchísimo menos en el actual periodo presidencial, en el cual el titular del Ejecutivo no necesita convencer a ciudadano alguno de la “bondad” de sus ideas: le basta hablar con sus representantes en las Cámaras, formularles una propuesta de ley, y tanto diputados como senadores, aprovechándose de su insana mayoría, aprobarán lo que tengan delante, por rocambolesco, disparatado y sicalíptico que sea.

Si el Presidente de la República tiene, como vemos, ese poder que de verdad es casi impensable de tan amplio, no es fácil entender cuál es la idea que lo impulsa a presentar un libro que además no es sobre la licenciatura que muy lentamente cursó —y que por cierto nunca ha ejercido—, sino sobre economía, un tema fuera de su alcance salvo los reportes naturalmente suavizados que le transmitan sus subalternos. Es verdad que hace no mucho, en una entrevista con el secretario de Hacienda —quizá, y aquí lo digo sin ánimo de juego, el único de su gabinete que sabe perfectamente lo que hace y además está preparado en otros terrenos del conocimiento—, afirmaba que el Presidente, al hablar con él sobre asuntos propiamente hacendarios, era capaz de profundizar a detalle en diversas áreas del ramo. No podríamos esperar que dijera lo contrario: el hombre cuida el trabajo que nadie le regaló y además es justamente él quien en cuanto el Presidente tiene una ocurrencia relacionada con los dineros, ha de hacer —antes de la próxima “gran idea”— ajustes, recortes, pegotes, balances y toda una serie de malabares no sólo para cumplir con lo que se le exige sino que lo exigido cause en la economía nacional el menor daño posible.

Pero, entonces, es muy distinto contar en el equipo con un sujeto que será al mismo tiempo pararrayos y distribuidor de la energía económica, a saber de economía y mucho más a escribir un volumen, firmarlo y emplear la difusión que tiene como Presidente y no como autor para inundar las librerías y hasta vender una buena cantidad de ejemplares.

Hasta en ello existe una contradicción con su título y provoca una competencia desigual: libros de economía se escriben numerosos y bien hechos en México y otros no menos atinados llegan traducidos y, aparte, hay en las universidades economistas célebres cuyas ideas no van a libro alguno sino que en el mejor y más plausible de los casos, dejan su conocimiento en el alumnado y lo trasladan de paso, por fortuna, a los diarios y de ahí logran pasar a las “benditas redes”. Esa bibliografía y hemerografía es crítica —por qué no habría de serlo— y es propositiva incluso en el sentido opuesto de la única idea que tiene el Presidente de lo que en su imaginación debe ser. Pues con todo y que esos análisis llegan al lector interesado, por otra parte desde la Presidencia nos recetan un breviario sobre los buenos deseos económicos de su titular. Ahí hay un comportamiento antiético porque del mismo modo en que mayoritea las Cámaras para aprobar leyes, así mayoritea al posible lector inundando el mercado con su, insistimos, única idea, en contra de todas las demás que han de pelear sin ninguna ventaja por prevalecer en la mira de quien busca y precisa información sobre un tema tan delicado para el país como la economía.

Ya muchos especialistas y no especialistas en la materia se tuvieron que chutar el volumen, y lo que encontraron, además de ausencia de propuestas, fue que en todo el dichoso y “malevo” texto fallan desde la base la sintaxis y la ortografía. No está usted para saberlo, lector querido, pero en una editorial o un medio informativo que cuida el lenguaje, las personas dedicadas a custodiar que el estilo de los textos y su contenido sea pertinente, son profesionales que llevan años en el medio y han realizado especializaciones en todas las áreas del lenguaje y conforman un equipo aparte, muy selecto y respetado. Y si ese equipo de élite se equivoca y deja ir la palabra carcajada no con “j” sino con “g”, no sabe usted la que se arma. Pues en el libro del Presidente esa base para comunicar una idea está tecleada con las naylon y ahorita mismo debería haber por lo menos dos docenas de tipos sujetos a proceso por tergiversar el lenguaje escrito del primer mandatario. A menos —uy, aquí el asunto se pone peor— que con tanto viaje culinario de fin de semana, tanta mañanera inútil, tanta reunión de café y galletitas y tanto sarao y caballitos, el titular del Ejecutivo hubiera escrito tan mal, pero tan mal ese paginario que ostenta como libro, que saliera al público tal cual porque ninguno en la cadena editorial se atrevió a cambiarle ni una coma al galimatías.

Si con el importe completo de uno de esos libros se pueden comprar 20 órdenes de tacos de canasta —tres de chicharrón y dos de papa—, el dinero de la venta total de la edición le daría a muchos mexicanos un sabroso almuerzo, pero hacerlo sería antieconómico, antiético y amoral.

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