Luego de una dilatada y plausible carrera como actriz —y a ya casi un cuarto de siglo de la melcochosa Titanic—, Kate Winslet está hecha una reina de su profesión. Es muy difícil concebir al personaje central de esta serie corta, que propiamente es una formal película dividida en siete entregas, la detective sargento Mare Sheehan, si no fuera ella.

Mare, una mujer en la plenitud de la vida, dedicada a su trabajo para el cual su principal talento es el empeño y la experiencia, se encuentra metida en una compleja circunstancia familiar. De ese tormento medieval, puede usted creerme, cualquiera saldría corriendo, pero Mare lo enfrenta sin respiro. La existencia de la señora Sheehan sería un calvario del que podría escabullirse salvo por dos pequeños detalles: porque ese maldito averno es su familia y porque en tanto vamos descubriendo su entorno, las demás familiar allegadas a Mare —comandadas por mujeres de su edad, en el esplendor de los 40— están en las mismas y lo enfrentan como pueden.

Pero nuestra Mare Sheehan, le decía, es detective, y en el poblado que habita y al que pertenece —Easttown, Pensilvania— hay hijos de puta como en cualquier sitio sólo que aquí, sin rozar el spoiler, hay por lo menos un asesino que tal vez sea un secuestrador y que tal vez sea un abusador de menores y que, carajo, tal vez sea cualquiera de los varones que la rodean.

Así que tenemos dos mundos conflictivos y en curso que son justamente los que hacen a Mare of Easttown uno de los más finos ejemplos de narración policiaca. Dos mundos que hablan lo mismo de la violencia fuera de casa como de las malditas discusiones y peleas dentro de cada una de ellas porque en Easttown no se salva nadie por inocente que sea o parezca.

Cierto, el peso de toda la serie, cuasi película, descansa en la actuación de Winslet, pero para llegar a ese punto primero hubo una historia, creada por el talento del escritor Brad Ingelsby —ante quien hay que descubrirse— y quien también es encargado del guión.

Hace unas semanas, la periodista Valentina Morillo del diario peninsular El Español, logró hablar con Ingelsby, quien le reveló parte de las razones de ponerle espejos al infierno para mirarnos en ellos: “Creo que la historia surge como reacción al rumbo que había tomado el país. Quería mostrar una comunidad que aún conservaba la bondad, la decencia y la compasión por el prójimo, a pesar de vivir una depresión económica, la crisis de los opioides y traumas generacionales en términos de salud mental. En esa época estuve leyendo textos de Thomas Merton y Richard Rohr y la idea de piedad tuvo mucho calado en mí, me parecía importante.” Y bueno, sí, la piedad aparece por aquí o por allá, pero también algunos de sus opuestos que son justo la motivación de la trama: la saña, la malevolencia, la deslealtad.

Dirigida con limpieza extrema por Craig Zobel, Mare of Easttown presenta uno a uno a los personajes centrales de manera profunda. Los construye paso a paso, con enorme solidez. Y la forma de vivir o de sobrevivir de esos desdichados —que no son sino ejemplos paradigmáticos del mundo contemporáneo— se relaciona siempre con la detective Mare porque ella es la única en el sitio dedicada a lo suyo y el poblado no es tan grande como para que a ella se le escape algo.

No desperdiciaré este espacio en decirle que gran parte de la problemática en Easttown (y en el mundo todo) son los adolescentes faltones, menuda plaga. Lo aprovecharé para que no deje de ver la majestad interpretativa y el atractivo magnético de Kate Winslet —oh, virgen del amor hermoso—.

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