Para un porcentaje considerable de dos grupos generacionales, al menos, fue y será el sello indeleble de las relaciones de pareja.

Lo que venga después, con la conformación en apariencia muy peculiar de “la nueva familia”, pero sobre todo por los giros esperables que da la música dictada por las empresas grabadoras y promotoras, otros serán los parámetros.

Por lo pronto, sí es preciso decir no una mentira sino una ensordecedora verdad: en estos escasísimos días luego de su deceso, los medios, las redes, los transportes públicos (y muchos privados con las ventanas bajas) han saturado de tal manera al potencial escucha que una estrofa más de cualquiera de las canciones interpretadas por José José, y los oídos de la ciudadanía corren el serio peligro de sangrar.

Un hecho es que fuera esperable, y otro que ocurra. Por sencilla que parezca la correlación de causa y efecto, el efecto que causó en la población la muerte del cantante nos da una muy buena aproximación a la medida de cómo fueron entendidas las relaciones amatorias, vamos a decirles así, a lo largo y ancho de cuatro décadas. En cuanto atendemos a la selección musical con la que conformó su trayectoria, independientemente de los primeros pasos en los que fue por fortuna muy bien asesorado, entendemos que no cantó nada que no quisiera una vez alcanzada la notoriedad. Y esa decisión no influyó en el modo de relacionarse de las parejas, sino que era su reflejo, y de ahí, aunado a una voz educada, a que se convirtiese en bandera y al mismo tiempo en el puerto en el que recalaban tanto varones como mujeres en cualquiera de las etapas del enamoramiento.

Todo esto se relaciona con el peculiar discurso de odio que se generó en las redes en tanto se supo de su muerte. Una cantidad no representativa pero sí estruendosa de personas que firman como mujeres (a saber qué sean pero en las redes cada quién se inventa una vida en caso de carecer de una propia) lanzaron sendos comentarios cargados de veneno en los cuales, en ajustado resumen, la música de José José no era más que la guía práctica de algo que llaman heteropatriarcado y que auspició o provocó directamente el maltrato de los varones hacia sus parejas sentimentales. José José pasó a ser víctima de un debate por demás carente de argumentos pero que estuvo presente y lo estará durante un buen rato hasta que ocurra otro fenómeno de masas que convoque a los mismos participantes a verter el odio en su teléfono celular y esparcirlo por ese medio mientras les alcance el crédito.

El mundo real es otro, no es el de los así bautizados “niños cucaracha” o “ladies lanzallamas” que se lanzan contra todo y contra todos sin la menor idea del tema que se toca. Que si eso se vale, pues sí, las redes sociales son un coto de la libertad de expresión hasta que violentan las reglas de la red misma y algunos participantes son sancionados. Pero de que se puede vivir atizando los posibles fuegos de una sociedad polarizada por ya sabemos quién y cuya planicie absolutamente seca es pasto fácil para crear fogatas y sacrificar a quien sea que se ponga delante, se puede. En el mundo real, aquello de “la nueva familia” en oposición a la “tradicional” es menos que una media verdad. Durante generaciones, podríamos hablar desde el periodo de la Revolución hasta hoy, las familias nucleares lejos de ser las que aparecen en una feliz fotografía en blanco y negro están conformadas por mujeres y varones con hijos que han educado las abuelas, varones y mujeres a su vez con diversas parejas, familias en las que los más jóvenes no son hijos directos de la línea sanguínea sino primos lejanos que fueron abandonados a su suerte desde infantes, hijos adoptados al margen de la ley pero no por ello menos queridos, y combinaciones que si bien no pueden ser infinitas, son muchas y variopintas.

Esas familias que nos rodean o de las que formamos parte han estado ahí por décadas y décadas y lo estarán cada vez más si tomamos en cuenta que los muy jóvenes mexicanos, póngale usted los Bryans y las Britanis, ya empezaron a tener hijos mucho antes de la mayoría de edad y por consiguiente tendrán todavía múltiples parejas sentimentales entre las que habrá lapsos felices y por necesidad una gran cantidad de rompimientos.

La selección de piezas que grabó para discos o interpretó para programas de televisión y radio José José hablan de esos dos momentos: el de la plenitud de la pareja en donde varias sustancias químicas se mezclan en el cerebro y crean lo que llamamos felicidad, y luego la desaparición de las mismas en cuanto o dejan de producirse de forma natural o por alejamiento de las parejas, sean del sexo que sean.

El discurso de odio de quienes se dedican a ello y obtienen por toda recompensa uno o dos “me gusta” desde luego es un discurso sin testículos y sin ovarios amparado inocentemente en un anonimato que por dos cervezas el jefe de sistemas de cualquier sitio puede romper en un minuto y dejar a la vista la dirección IP del odiador emasculado.

Más allá de enredos, lector querido, escuche alguna vez sin aditivos de por medio a José José: separe la voz de la instrumentación y del discurso, y verá que no fue gratuito que el muy bohemio se ganara con puro trabajo el sobrenombre de Príncipe de la canción.

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