En las primeras 72 horas del conflicto armado que lanzó Rusia contra Ucrania, Volodimir Zelensky demostró ser más presidente que otros en tres años.

Nada de rodear el edificio de gobierno con ridículas vallas metálicas ni viajar en troconas blindadas ni sacarle el bulto a los ciudadanos aguantando largos lapsos a bordo de un vehículo con tal de no escuchar sus demandas, nada de usar cada mañana un poderoso medio como la televisión para responder preguntas a modo con peroratas moralinas que esconden todo aquello que se dice combatir.

No, ni madres.

Zelensky ha enviado mensajes cortos, rápidos, informativos, sobre la desgracias que un imperio como el ruso le propina a los ucranianos. Lo ha caracterizado una enorme serenidad pese a las dificilísimas circunstancias. Lejos de aceptar una salida fácil para asegurar su vida, como el gobierno desde el exilio, primero hizo lo que le correspondía, agotar las vías diplomáticas de negociación. Luego, ante la necedad dictatorial del Kremlin y la inminencia de la invasión, solicitó con enorme claridad el apoyo internacional. Las tropas de diversos países que podían establecer un cierto equilibrio mínimo para regresar a la mesa de negociaciones, no llegaron nunca por diversas razones. Así que el presidente ucraniano, volvió a lanzar un mensaje, ya no de auxilio propiamente dicho, sino de reclamo: nos dejaron solos. E hizo lo que tocaba, colocarse un chaleco antibalas, un casco, y portar junto con el resto del uniforme un arma de combate.

Todo ello ha sucedido en menos de una semana. Y entonces, los expertos en manipulación de masas lo dieron por muerto o al menos herido. Naturalmente, era falso. Volvió a aparecer en un breve mensaje, con el fondo de edificios emblemáticos de su país, para realizar el correspondiente desmentido y apoyar la defensa. Y para entonces, ¿se acuerdan de las “benditas redes”?, la información que es lo primero que se controla en un conflicto bélico, rebasó con facilidad las falsedades del imperio ruso. Putin calculó mal en dos ocasiones. Y esa fue la primera: las redes de lo que podemos llamar el mundo libre y pensante se lanzaron al apoyo de Ucrania. En el mundo contemporáneo, créame que una manifestación multitudinaria tiene cierto peso específico, pero aunque es de agradecerse, no se compara a la capacidad de las redes para formar un frente común en muy diversos idiomas todos con el mismo objetivo: abrir las compuertas para que la información de lo que pasa minuto a minuto en el país invadido se conozca, se entienda, se debata.

La segunda ocasión que falló el cálculo de Putin fue confiar en su astronómica reserva monetaria para mantenerse firme el tiempo que hiciera falta. Primero en horas y luego en días, se fueron cayendo muchas de las líneas monetarias a través de cuyo intercambio depende Rusia: por mucha plata que tengas, si no puedes comprar ni pagar nada, de poco te sirve. A Rusia le quedan sólo tres caminos: dejar sin gas a buena parte de Europa o iniciar una escalada nuclear o aceptar una negociación que apoye a las dos superficies separatistas y desdecirse de todo lo demás aparte de pagar los daños causados. El gas es una carta fuerte pero no infalible. Y ni Putin en su delirio iniciaría una guerra nuclear. Le queda, entonces, recular y aceptar que lo derrotó Volodimir Zelensky.

Olvidemos, por lo pronto, al ala bolivariana y a la prosoviética que medran en México, pandilla de mediocres merolicos. Y recordemos, por Zelensky, aquella expresión de Huevo Cartoon que le hace justicia: “Qué huevotes, me cae que qué huevotes”.

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