Decía con alguna frecuencia el iluminado poeta mexicano Juan Bautista Villaseca: “Para beber hay que tener fuerza de voluntad”. Y vaya que se requiere.

Cuando la vida lo inscribe a uno, por la razón que sea, en el Maratón Guadalupe-Reyes, que acaba de iniciar este domingo, todo son risas, abrazos y canciones. Pero pocos son aquellos que logran completar la hazaña de no dejar que pase un solo día entre el 12 de diciembre y el 6 de enero sin alimentar el espíritu con una considerable dosis de la bebida predilecta. Y por bebida se entiende toda aquella que en su contenido demuestre tener los suficientes grados Gay Lussac para considerarse legal.

Los hay quienes aprovechando la fecha de arranque se lanzan literalmente al grito de “Viva la virgen”, sin previsión, a puro valor. Y los hay quienes se preparan con dos semanas de abstinencia e inyecciones compuestas de hidroxocobalamina, tiamina y piridoxina, una cada tercer día. Entre esos dos extremos campea un amplio espectro de seres que emprenden la ruta con la misma fe y determinación que cuando se hace el Camino de Santiago.

Desde luego, el maratón está lleno de diversos pasajes: aventuras intrépidas, pasajes oscuros, momentos de encuentro consigo mismo y con lo mejor y lo más triste de la naturaleza humana, algunos blackouts al mejor estilo de Ozzy Osbourne, parajes de luz cuasi cegadora, retos no previstos, horas de paz y horas de guerra interna.

Así que no deseo engañarle si va usted tan campante como el señor Walker apenas hoy en su tercer jornada de travesía: hay algunos que no llegarán a la meta, que a mitad de las posadas van a escabullirse con algún pretexto o que alcanzan a cargar los peregrinos el día 24 pero para el 25 ya se les acabó, predijo José Alfredo Jiménez, la fuerza de la mano izquierda, y se refugian sin valor alguno, pusilánimes, en la sobriedad. En otros casos, las reglas no escritas pero cabales marcan que podrá retirarse con honor de la competencia quien presente fallas de orden fisiológico, relacionadas o no con la ingesta de alcohol. Vamos, que el maratón es para intensificar hasta donde se pueda la percepción y la alegría de estar vivos, no para morir en el intento.

Se entiende que la justa puede realizarse solo o en equipo. Quienes ya han completado varios periplos, los que portan la medalla de la Orden del Vidrio y saben de lo que hablan, han recomendado siempre hacer parte del recorrido en compañía, cuando así se tercie, y otra parte por propia cuenta y riesgo. Y aquí otra vez José Alfredo, santo de causas perdidas, tiene para los competidores sabias palabras de aliento: no hace falta llegar primero, “pero hay que saber llegar”.

Recuerde el participante que la sabiduría popular, emanada de años y años de irrefutables pruebas empíricas, sentencia tajante que “enero y febrero, tehuacanero”, por aquello de preservar la existencia. Así que cuando perciba que el camino es más largo de lo que calculaba, piense que después de que lleguen los Reyes Magos le esperan prácticamente dos meses sin mojar la brocha. Eso le infundirá nuevo ánimo.

Nuestro maratonista olímpico, también poeta y mexicano, Antonio Plaza, lo acompañará en el camino con esta devota oración: “Es de dioses la sangre licor divino, /según la tradición de los paganos; / y la sangre de dios vuélvese vino,/ aseguran católicos romanos./ Reveladme, iniciados, por San Lino,/ de la cuba los místicos arcanos,/ y si queréis que yo me santifique/ predicad que en la gloria hay alambique.”

Hay aún 23 días por delante, compañeros. Marchemos jubilosos.

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