No tienen madre. Y, dicho sea de paso, tampoco formación científica. Sin embargo, son personas preparadas en diversos campos y que tratan, por esta ocasión equívocamente, de señalar con índice flamígero las falencias del actual régimen golpeando todo el día en sus medios y en redes sociales al doctor Hugo López-Gatell, ante cuyas credenciales académicas, su ejercicio de la medicina y su paso ordenado por la administración pública, podrían mostrar respeto y aprender.

Pero no lo hacen.

Es verdad que todas las iniciativas del actual titular del Ejecutivo son caprichosas, erráticas o absurdas. Y entiendo la estrategia de señalarlas y con ello hacerle ver al respetable público que la revocación de mandato se ve cada vez más viable. De aquellos 30 millones de ciudadanos que votaron por el actual grupo en el poder, la mitad por lo menos lo hicieron con la confianza de un cambio de rumbo y sin recibir ninguna prebenda. Mostrarle a esos 15 millones restantes que en las urnas pueden revertir lo que se convirtió en una falla de cálculo, es derecho de todos. Pero en el caso del subsecretario de Salud cometen, a sabiendas, una enorme equivocación porque en el país disponemos de muy escasos especialistas en el tema como él, quien además sabe ser didáctico y ha sido caballeroso y puntual con todas las interrogantes que le han planteado en muy diversos foros, señaladamente en la conferencia vespertina que ofrece.

Entiendo a los críticos a ultranza y es muy claro que en bandeja de plata la naturaleza les regaló una herramienta para minar al actual sistema que, en efecto, debe ser removido con la ayuda de la ciudadanía en quien recaerá la decisión.

Pero eso no se logra pegándole a López-Gatell. Mucho menos ahora, cuando la salud de México depende de sus decisiones médicas y su destreza para moverse en las pantanosas aguas que le correspondió navegar. Recordemos, si no, que hace apenas unos días se ausentó una tarde del acostumbrado informe y en el cual otros especialistas que trabajan a la par dieron cuenta de lo sucedido hasta el momento con la pandemia. Varias de las plumas privilegiadas que tenemos lo cuestionaron, lo condenaron, lo llamaron mentiroso por no presentarse sin tomar en cuenta que la nación se incendia y el jefe de bomberos es él y aun así se da tiempo para informar tanto de los avances del fuego como de su combate.

Ah, pero mire usted el comparativo: los mismos críticos —gente que respeto y en algunas ocasiones hasta conozco, carajo— casi cayeron de rodillas cuando fue difundida con toda la maña una imagen en la cual el Papa Francisco va —humilde, sencillito y carismático—, a dar un mensaje religioso a la solitaria Plaza de San Pedro. Uy, qué notición, qué valor, qué líder, dijeron algunos. Ninguno de sus ahora apóstoles pareció recordar que es un jefe de Estado y que sus actos son de orden político; olvidaron de golpe el daño severísimo que ha causado el régimen clerical que representa en contra de los derechos de las mujeres y mucho menos parecieron recordar las infamias que numerosos sujetos de ese grupo han perpetrado de la forma más aberrante contra menores de edad.

Al menos, esos mismos críticos y ya apóstoles, notaron —pasado el arrebato espiritual— la barbaridad que afirmó otro religioso, el señor Solalinde (habrá quien quiera darle el título de “padre”, yo no) al proporcionar la receta de un té que combate el coronavirus. Un té, coño, un té (¡!). Y aunque lo notaron y Solalinde lo firmó en redes sociales, no hay hasta ahora ninguna demanda en su contra por atentar de ese modo contra la salud pública que con seguridad configura varios delitos. Pero no dude que habrá personas que con ingenuidad se zamparon el bebedizo. Y recuerde que si alguien ampara a Solalinde —aquí la cosa se vuelve trágica— es el titular del Ejecutivo.

Entonces, para evidenciar el desgobierno que vivimos, algunos críticos le tiran a todo lo que se mueva, en este caso a López-Gatell, y vociferan que hay que “hacer pruebas, pruebas, pruebas”. Si existieran 120 millones de pruebas en este momento, y mañana mismo se sometiera el país entero a ellas, el resultado del avance de la pandemia sería el mismo que hasta ahora y se elevará tal vez ya sin control porque porcentualmente casi nadie ha hecho caso de las recomendaciones de protección. Además, y esto algunos críticos parecen no verlo, en cuanto a la enorme mayoría de la población nos entregaran un resultado negativo de la prueba de cualquier forma estaríamos expuestos porque la prueba no es una vacuna. Parece sencillo, pero le aseguro que algunos van a seguir con la cantaleta nada más por joder.

Si por la presión mediática López-Gatell decidiera dejar en otras manos el proyecto que maneja, barajaríamos las únicas opciones reales, los doctores Alejandro Macías o Antonio Lazcano, pero —lástima, Margarito— ninguno de ellos dos tiene la bendición del supremo gobierno.

Y, sorpréndase: tampoco la tiene ni la necesita el doctor López-Gatell porque para eso es un profesional de la medicina, justo lo que requerimos para enfrentar al virus canalla.

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