Luego de ocho temporadas que dejaron sedientos de venganza a sus millones de seguidores, al fin, ya, ahora, regresa Dexter con una nueva temporada: New blood.

Dexter, el querido asesino en serie que sabe muy bien lo que hace —uno de los mejores analistas forenses de su país—, vuelve. Un sujeto que hace justicia por su propia mano cuando es evidente que la ley no basta o se doblega con facilidad ante criminales atroces. Para ellos, al menos para los que él alcanza con su radar, hay otra ley y hay justicia para las víctimas de verdaderos monstruos.

Todo inició en 2004 cuando Jeff Lindsay dio a conocer su novela Dexter: El oscuro pasajero, en la que presentó de inmediato a uno de los justicieros más apreciados en el mundo real aunque fuese un personaje de ficción. Y cómo no valorar su trabajo si en cuanto lo vemos empieza a repartir candela. Tan sólo en las primeras páginas de inmediato se expone un caso muy complicado y del que seguramente escaparía su perpetrador. Salvo que aparece Dexter.

La escena, de las iniciales, es un poco amplia pero veamos este párrafo para observar a qué tipo de basura enfrenta el antihéroe: “Eran siete, siete cuerpecillos, siete niños huérfanos muy sucios dispuestos sobre cortinas de ducha de plástico, que son más resistentes. Siete líneas rectas apuntando directamente desde el suelo. Apuntando directamente al padre Donovan. Y entonces lo supo. Estaba a punto de reunirse con ellos”. El párroco reza, Dexter lo interrumpe y el hombre que sabe que ha llegado la hora de pagar alcanza a decir “Por favor…” Pero pues no. La respuesta del justiciero es contundente: “Sí, pídamelo. Eso está bien. Mucho mejor. ¿Es suficiente con eso, padre? ¿Sólo eso a cambio de siete cadáveres? ¿Le suplicaron? ¿Cree que están todos, padre? ¿Sólo siete? ¿Los he encontrado a todos? (…) ¿Y qué me dice de las otras ciudades, padre? ¿Qué me dice de Fayetteville? ¿Le gustaría hablar de Fayetteville? ¿O East Orange? ¿Fueron tres? ¿O me dejo alguno? Es difícil estar seguro. ¿Fueron cuatro en East Orange, padre?”

A la primera novela siguieron otras siete: Querido Dexter, Dexter en la oscuridad, Dexter: Por decisión propia, Dexter: El asesino exquisito, Dexter por dos, Dexter, cámara, ¡acción! y Dexter ha muerto. Desde luego, todas fueron llevadas a la televisión con un éxito pocas veces alcanzado por un asesino en serie. Sin embargo, el final no dejó digamos que muy felices a sus adeptos. El personaje requería un trabajo todavía más explícito. Queríamos verlo vivir o morir llegado el último caso, pero tener claro que no sólo sobrevivió y se cambió de nombre y fue a dar “sepasuchi” dónde.

Así que aquí están ya de nuevo el conocido Dexter Morgan, personificado por Michael C. Hall; digamos que la presencia —dejémoslo así— de su hermana Debra, Jennifer Carpenter, y además de un nuevo villano recurrente, el trabajo de un canallita muy listillo, Arthur Mitchell que interpreta asquerosamente bien el enorme John Lithgow.

¿Recuerda al párroco de hace un momento? Ja. Yo también. Después de algunos movimientos, al menos lanza una pregunta inteligente antes de encontrarse con su creador por la puerta de atrás: “¿Quién eres?” Y Dexter, con una serenidad enorme le dice la verdad: “El principio. Y el fin. Le presento a su Exterminador, padre”.

Cuando se tiene un alma como la de nuestro personaje, se han desarrollado las habilidades necesarias y se ha terminado ya el ciclo de la espera, de pronto, en una esquina, la justicia verdadera encuentra a quien pensó que ya todo estaba olvidado. Nuestro Dexter vive y viene por sangre.