Si bien es cierto e irrefutable que en la nutrida y feliz cultura del cómic no hay manera de superar a Batman, por ahora dejemos a un lado la guerra de creaciones entre DC y Marvel. Ambas casas tienen logros de alta consideración y aunque la personalidad del asiduo a DC sea un tanto distinta al de Marvel, el trabajo que un día iniciaron monstruos como Stan Lee, Larry Lieber y Jack Kirby dio un fruto que ahora se ha vuelto en un clásico instantáneo: Loki.

“El rey del engaño” consiguió, al fin, destacar sólo por sí mismo. El guionista Michael Waldron y la dirección de Kate Herron le dieron todos los elementos para que brillara con luz propia e hiciera honor a sus varios sobrenombres relacionados no sólo con el engaño sino con la capacidad de convencimiento a partir de una duda razonable.

Vamos con calma. Waldron es en responsable en jefe de la escritura de Loki, la miniserie cuya primera temporada ha sido un éxito en todos los terrenos, pasando por el económico. Herron, a su vez, dirige la puesta en escena. Juntos consiguieron, se tiene que decir y se dice, sacar a Loki del mundo de los superhéroes y de los antihéroes y llevarlo al terreno narrativo en que el personaje puede desenvolverse mejor: dentro de las pasiones humanas en las que opera lo mismo el deseo de cambio interno que la derrota o avance en
el empeño debidos a su propia naturaleza.

Eso, amiguitos de todas las edades, ya no es sólo cómic. Ya tiene muy poco o nada qué ver con “superpoderes” sino con habilidades aprendidas. Eso ya es literatura. Y aquí permítanme recordar que, en efecto, el cómic como tal desde hace décadas había tomado el camino de las letras cuando algunos de sus más avanzados exponentes pasaron a hacer aquello que se denominó con todo derecho novela gráfica. Después de este reconocimiento que no podemos soslayar porque es una de las influencias constitutivas de Loki, ya es posible decir que si hacemos a un lado los superpoderes, la serie es una obra literaria que sin ningún problema podemos situar en la literatura dramática.

El superpoder de Loki, el que de verdad lo diferencia de la muchedumbre de seres marvelitas, es el poder de la palabra. Lo que hace Loki en su serie es convencer a los demás y convencerse a sí mismo, una doble tarea que si se tiene sólo a la palabra como arma se transforma en una pelea de las más difíciles imaginables. Pero para eso está el talento del escritor Michael Waldron, que merece aplausos y alfombra roja.

Y entonces, para que brillaran sus tres creadores originarios más Waldron, tenemos en el papel de Loki a Tom Hiddleston que tan sólo por esa primera temporada merece el respeto, la plata y también los premios que logre cosechar. Hiddleston es, lejos del rey de las mentiras, el rey de la palabra y si vamos apenas un poco más allá, del discurso, que incluye por necesidad el lenguaje no verbal. No hay forma de superar a ese Loki, salvo porque precisa a una especie de enemigo al cual convencer. Y otra vez acierta la producción al sacar quién sabe de qué túneles en los que andaba extraviado a otro excelente actor de su generación, Owen Wilson, quien da vida a Mobius.

Los tres primeros episodios de Loki, antes de que empiecen los trancazos formalmente dichos, son teatro de la mejor calidad con sólo dos personajes en escena encarnados por Hiddleston y Wilson. Clases de teatro, incluso. Cátedra, sin más.

Si de músico, poeta y Loki quizá todos tengamos un poco, al ver la primer temporada de la serie confirmamos la venerable y certera sentencia: verbo mata carita.