Usted, como todos (más o menillos) tuvo abuela. Y seguro que se abue tenía un radio. Y eso nos garantiza que ella escuchaba con atención (la oferta por los años 70 no era tan variada) a la única jefa de jefas de la cocina tradicional mexicana, la chef Chepina Peralta.

La suya, su abuela —y otro tanto la mía— y también su señora madre tenían suficientes conocimientos gastronómicos como para preparar la comida del diario. Pero ellas —sigo hablando de su abuela y de su madre, y de paso de las mías— se nutrieron, mediante la radio, inicialmente, y luego a través de la televisión, de las capacidades de doña Chepina.

Y el fenómeno tiene una explicación sencillísima: Chepina no podía engañar a sus escuchas o televidentes. Daba los ingredientes con pesos y medidas, y procedía a convertirlos en un platillo suculento. Si se hubiese equivocado en las cantidades o en la forma de utilizarlos, su público se habría caído al instante. Y es que en la cocina no puedes engañar a nadie: o sabes o sabes. Y la señora Peralta sabía, y luego aprendió más sobre asuntos de valores nutritivos y técnicas culinarias ya de manera formal.

Desde luego, decir la verdad ante los micrófonos o las cámaras no bastaba. Había que hacerlo con dos ingredientes imprescindibles: la dulzura al comunicar, y la firmeza. O sea, te voy a enseñar todo lo que sé de cocina y para ello te hablaré con afecto, respeto y echando mano de las herramientas pedagógicas a mi alcance, pero sin olvidar que la cocina tiene un orden que por ningún motivo nadie se va a saltar.

Hoy podemos ver en la televisión internacional y en la mexicana que los chefs que dedican parte de su tiempo a la enseñanza vía los certámenes de cocina, son así, en mayor o menor porcentaje. Y al menos todos los nacionales, lo quieran o no, tienen la escuela de Chepina Peralta, aunque no la hayan visto ni oído —que sería extraño—, porque la chef con sus programas aparentemente inofensivos se fue convirtiendo paso a paso, desde muy joven, en un patrimonio intangible, en una referencia, en un nido que dio cobijo a quienes en el país les enseñaron los primeros pasos en la profesión a los actuales chefs.

Ahora, tengamos cuidado, la jefa de cocina no se hizo tan sólo con el conocimiento de tres o cuatro platos fuertes y dos sopas. No. Para llegar a donde empezó, aunque siempre dijo que al inicio cocinar no era una de sus actividades favoritas, sí tenía las bases y contaba con otras como la de ser maestra de oratoria, ser asidua a las lecturas de pedagogía para saber cómo demonios educar a los cinco hijos que ya había procreado, y de paso hacer un diplomado en enfermería que seguro la libraba de una gran cantidad de inconvenientes de leves a moderados en casa.

Cuando reunimos todo ello, y sabemos que de forma paralela a su gratísimo recibimiento en los medios electrónicos buscó estudiar los valores nutricionales de los alimentos y las formas de cocinar en otras latitudes, tenemos lo que tuvimos: a una cocinera impecable tanto en su desempeño ante el público como en la enorme variedad de preparaciones que mostró a lo largo de numerosas décadas.

Chepina Peralta fue la reina, pero no nació princesa ni le interesaba corona alguna y mucho menos en los medios de comunicación. Era una mujer cultivada y vivaz a quien invitaron a realizar, de cero, un programa de cocina.

Hoy la reina ha muerto, luego de una larga y fructífera existencia. Por fortuna, su legado está en audio y en video, y puede usted consultarlo directamente en su dispositivo favorito. Como súbdito comelón del talento de esa majestad, acuda a ese tesoro, y póngale con fe.

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