En devota memoria de la jefa y señora Chepina Peralta



 
Durante el inicio del fin de semana pasado, el sospechoso común de estos lares, Adrián el Chef Herrera, dio un inesperado giro a los comentarios con que nutre sus redes sociales: se manifestó políticamente. Y su legión de seguidores recibieron con agrado los planteamientos. Es por ello que de forma excepcional fue convocado por aquí su escribidor para desarrollar esta nueva veta en la que resultó ser duro, enfáticamente duro, con el devenir del país. Y vale decir que alguien con su influencia mediática era indispensable que tomara postura.

—Pasaste de las delicias del intelecto y del gusto a la puntualización de orden político. Habla del detonante, si lo hubo.

—Luego de escuchar la declaración del Presidente responsabilizando a periodistas y medios de comunicación sobre el mal manejo de la pandemia, exploté. Mira, no soy periodista, soy columnista. En México el periodista pone en riesgo su integridad física por exhibir la verdad, en tanto que el columnista sólo expresa su opinión y lo único que sacrifica son su reputación e imagen. Pero somos parte del mismo gremio y compartimos un oficio. Lo mío es un emputamiento crónico que viene desarrollándose desde hace décadas; una afección degenerativa, no una reacción inmediata.

—Ahora has tenido una muy buena recepción con un tema que abarca a todos: la errónea conducción de la administración federal. No siempre ese salto resulta favorecedor, pero a ti te funcionó.

—Soy objetivo. No tengo ningún tipo de afiliación política y eso me permite ver a través de toda la parafernalia de ideas y tendencias e irme directo a lo que verdaderamente importa: que quienes administran y gobiernan hagan bien su trabajo.               

—Dada tu influencia y los sitios de comida que has creado, seguramente ha habido contacto con personas del poder que te buscan.

—Preguntan que si estoy por ahí, que me quieren conocer, que se quieren sacar una foto... Mi gente tiene órdenes de inventar cualquier cuento para no tener que lidiar con ellos. Confunden la imagen que doy en la televisión. Los políticos dependen más de la apariencia que de la acción concreta que prometen y que deben llevar a cabo.

—Existe ahora una de las disputas electorales más bizarras en Nuevo León. Quién sabe si un estado tan potente en el noreste del país ya tenga claras sus preferencias luego de lo vivido hasta hoy.

—No tengo una preferencia a favor, sino en contra: estamos intentando que Morena no llegue al poder. Muchísima gente se está poniendo de acuerdo para girar el voto a favor de otro candidato. Es lo mejor que se puede hacer. Ese partido funesto no puede quedar en el poder. Sus candidatos son sólo monigotes de turno, reemplazables.

—Finalmente, y debo preguntarlo: ¿serías, llegado el caso, candidato por algún partido, aun con las mejores intenciones?

—No, nunca aceptaría un puesto. Como restaurantero adquieres una capacidad para administrar, lidiar con gente de todo tipo y resolver problemas y todo para tener a la clientela contenta y que regrese. Pienso que en efecto, con ese perfil podría ser un buen candidato, porque además ya traigo el ímpetu de la farándula otorgado por la tele, así que podría funcionar. Pero hay que ser mesurados y actuar con probidad: el poder es un néctar adictivo y morboso y hace que la gente se vuelva loca. Prefiero el puesto donde pueda proponer y cambiar. Soy un neurótico cuando se trata de sacar adelante proyectos, resolver problemas, mejorar cosas. Soy bueno para eso. Por otro lado, se ha puesto de moda que los partidos usen a personajes mediáticos para concretar candidaturas y posicionarse en alcaldías y gubernaturas. Aunque sea una estrategia mercadotécnicamente interesante, me parece de lo más naco, procaz y barato: una deformidad. La mecánica política del país es una cosa; lo administrativo y legislativo, otras muy diferentes. No podemos tener comediantes, cantantes, luchadores, futbolistas y faranduleros en esos puestos. México es un país, no una carpa de títeres. No me putamadre jodan.

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