Parece que fuera una de las personificaciones del demonio, pero lo desmiente su fino pulso al dibujar, su educada vista para la fotografía, su sentido del ritmo al pulsar instrumentos de cuerda. Y, desde luego, su devoción como chef que dice cocinar para sí mismo pero que brinda a sus agradecidos comensales. Además, Adrián Herrera escribe a diario y ahora, el temido Chef Herrera publica bajo el sello editorial de Norte Oscuro su nueva obra, El Cromañón y otras fábulas.

—Por cruentas que puedan ser las fábulas de El Cromañón y por la imagen que proyectas, el lector esperaría ver salir de tu prosa por lo menos al Vampiro de Sacramento. Parece, sin embargo, que te gusta hacer vida literaria de salmón.

—No me queda de otra. Si vas a favor de la corriente, es más fácil que te atropellen y se aprovechen de ti. Al ir en contra siempre vas atento a lo que viene, y además suelen presentarse cosas que pocos ven.

—Tal vez exorcizas pesadillas y demonios al escribir. O, a lo mejor, te regodeas con ellos.

—Son mis amigos. A mis demonios y fantasmas los conozco bien. Ya he pasado las etapas de exorcismo, de negación; ahora habito las partes oscuras de mi mente. Lo disfruto muchísimo.

—Proporcionalmente, qué habrá más en estas fábulas tuyas, ¿provocación, cura para los males de la soledad?

—Lo que el libro denuncia es este elemento absurdo y bizarro de nuestra manera de ser, de nuestros ciclos y juegos cotidianos que ya se han anquilosado y viciado y que nos tienen atrapados. El libro es alimentado subrepticiamente por el humor, el único elemento capaz de conectar el horror, la angustia, la ansiedad y la desesperanza. Es el vínculo que somete todo dentro de una misma tragedia, universal y absurda, la de la existencia. Ah, y de la muerte, el último y más álgido punto que la soledad revela. El sentido de la vida es aburridísimo, el humor se lo quita.

—Publicar en estos días se ha vuelto una tarea ingrata. Pero persistes en ello. Mereces que el lector se sumerja en las más de 350 páginas de El Cromañón. Sólo que para ello debes convencerlo.

—No es tanto la lectura del libro, hoy ya nadie lee, sino el valor del libro como objeto: es un talismán. Tiene propiedades mágicas, desde luego. Calma las ansias del sexo frustrado, regenera el vello púbico, tonifica la bolsa escrotal, te hace ver como intelectual y, encima de todo, disminuye el efecto de la cruda. ¿Quién no compraría un remedio así? Este libro es como una maraña de insectos estrambóticos que revolotean alrededor de ti y un día se meten en tu nariz, tus orejas, tus esfínteres; invaden tu cuerpo y se apropian de tu mente, transformándote en un autómata que obedece las órdenes que envío de manera telepática.

—Pareciera que por las mañanas te calzas la máscara del malvado Chef Herrera. Y estoy seguro que esa máscara cumple una función primordial en tu existencia.

—Ese personaje surgió hace como 20 años. Se ha ido apropiando de facetas esenciales de Adrián Herrera y no parece haber manera ni de someterlo ni de enderezarlo. Ni por las buenas ni por las malas. Lo que he tenido que hacer es negociar y aprender a vivir con él. El problema, al igual que los payasos y los magos, es que no se sabe en qué momento va a emerger ni con qué truco nos va a sorprender. Y no pocas veces lo hace de manera inapropiada; es impertinente y procaz y en el fondo cree, de manera infantil, que sus actos son inconsecuentes, y esto le da una sensación de libertad envidiable. Pero también es brutalmente objetivo, y eso molesta a muchos.

—Mañana llegan los Reyes Magos. Pídeles algo, anda, sé buen niño.

—Que se maten entre ellos. Digo, deben tener diferencias. No es posible andar por esos desiertos por tantos años paseándose con cordura y sosteniendo falsas sonrisas. Algún día encontrarán sus cuerpos resecos a mitad del desierto.

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