Las afirmaciones que mantienen el señor Quico y la señora Navidad respecto a la emergencia de salud que vivimos sólo pueden obedecer a cualquiera de estos tres rubros: ignorancia, afán insano de notoriedad o agenda política.

Si el lector lo permite, vamos a descartar el oscuro y maléfico plan político que se traerían juntos o por separado tanto el cómico como la actriz, aunque en el mexicano domicilio sea posible ver desfiguros mayores en todos los ámbitos de poder. No, la señora Navidad difícilmente aspira a ser la primera presidenta nacional, no es lo suyo, no lo necesita, y votarían por ella sólo los admiradores de su incuestionable belleza. Por su parte, el señor Quico ya no está en edad de andar en campañas políticas y sus posibles votantes lo recibirían con un “Chusma, chusma, prrrrr…” O sea, los tiros no van por ese lado.

Vamos viendo y viendo vemos, como dice un tal Don Vix —economista, filósofo, francotirador y humorista nato de las redes sociales—, y a través de las afirmaciones de los imputados tratemos de encontrar el hilo de la madeja.

Ha dicho, lo han citado, no se ha desdicho el señor Quico —es verdad que su nombre oficial no es ese, pero de él se ha valido para comer bien, vivir mejor, y ahora para ser escuchado—, una barbaridad tras otra. Veamos una de ellas: “A mí me parece que lo del Covid-19 es un engaño. En el mundo no existe el Covid-19, lo que pasa es que a través del miedo pues nos espantamos y todo el mundo nos encerramos”. El hombre, pues, ha de pensar que el bicho existe, pero no en este mundo, y ya que hay todo un universo que a la sazón se expande, espacio tendrá el canalla para habitar y multiplicarse, pero no “en este mundo”. Pero, según la afirmación, “eso” que no existe en la Tierra, sí genera miedo y lleva a muchas personas a quedarse en casa. Lo que no explica —sería demasiado pedirle peras a ese olmo—, es por qué si no existe es capaz de llevar a las personas de razón a resguardarse y tenerlo a él sin salir de casa de Doña Florinda, para entrar en su retorcida lógica. Ah, porque eso también lo acepta, contradiciéndose: “…mientras son peras o son manzanas yo estoy tomando todas las precauciones”.

Quizá se acuerde usted de Rigo Tovar, cuyos últimos años los pasó con un gorro de aluminio para que nadie pudiera entrar en sus pensamientos. El músico estaba muy lastimado física y emocionalmente y aquello no era sino una manifestación de las enfermedades que lo aquejaban. Pero el señor Quico —yo también ya quiero dejar de hablar de él para siempre— va más allá del gorro metálico y se pone a la vanguardia tecnológica de la conspiración: “Llevan miles de antenas colocadas en universidades y satélites a baja altura (…) quieren hacer una red para el 2030 para controlar lo que se llama la población mundial”. Sí, eso dijo y está reproducido en todos los medios que usted mande. Rigo Tovar estaba lamentablemente muy enfermo y por eso hacía lo que hacía. El señor Quico, no, pero me temo que ya lo perdimos.

La señora Navidad, por su lado, tiene un historial en su afán de negar la realidad. Yo sé que muchos quisiéramos recordarla por su trabajo actoral en el cual literalmente le regaló, a quien quiso verla, la belleza espectacular que la caracteriza, particularmente el equilibrio beatífico de las líneas que conforman su rostro. Pero no, caray. El resguardo en casa, barrera contra el bicho cruel, es calificado por la señora de “encarcelamiento para tumbar las economías mundiales, enfermar y controlar a las personas con miedo y establecer el Nuevo Orden Mundial con su agenda 2030, destruir a la familia e imponer dictadura”. En su extraño razonamiento coincide con el señor Quico, lo cual nos hace pensar que eso del 2030 viene de alguna pitera teoría de la conspiración. Pero, ¿ya de plano un nuevo orden mundial? Ni en sus sueños más locos el bueno de Cerebro quiso imponer al lado de Pinky un nuevo orden, sino cada mañana sólo “conquistar al mundo”, pero con el espíritu y al estilo de Alejandro Magno.

En otro de sus posteos se dirige al subsecretario de Salud y lo increpa (la redacción es la original): “Usted dijo que éste virus es como gripe normal y sólo si padecemos enfermedades graves, mal atendidas y sistema inmunológico deteriorado podría ser mortal. Porque ¿cerrar el país y encarcelarnos con miedo tanto tiempo? ¿No se siente mal destruir y arruinar a México?”

Con esa parrafada bastaría para regresarla a la primaria. Pero, bueno.

La señora habla de encarcelar a la ciudadanía, de arruinarla y destruirla. Si eso mismo lo señalara un político profesional —pocos, pero los hay y sus dichos no andan tan lejos— se entendería el golpeteo abajo del cinturón, la mala leche, la búsqueda de raja política a costa de lo que sea. Sin embargo, esto lo afirma una ciudadana cuyo desempeño profesional de actriz está muy lejos de las boletas electorales. De modo que tanto en el caso del señor Quico como en el de ella sólo quedan dos rubros posibles: ignorancia o afán insano de notoriedad.

Vote usted, lector querido, mientras visualizamos en la imaginación a un compungido Pinky, que entrelazando los dedos y con mirada a punto del llanto le pregunta con justa razón a Cerebro, su único amigo:

—Oye, Cerebro, ¿y si el mundo se acaba entonces qué vamos a conquistar mañana?

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