Dentro de unas horas, esta misma semana, el maestro celebrará su aniversario número 70, con más de 40 libros escritos, con más de dos décadas como periodista de guerra, con una salud de hierro y un ímpetu vital que permiten pensar en dos docenas de volúmenes más bajo su firma, tirando por lo bajo.

Reverte —si el lector me permite llamarlo así— se ha convertido con su trabajo escrito en el prosista vivo más leído con obra hecha en castellano. Y al decirlo no me gana la admiración legítima por su talento y persistencia desde el primer trabajo literario hasta la más reciente novela. No me gana la amistad que generosamente me ha dispensado por décadas. Y aun así, ambas, la obra y la amistad, están entrelazadas porque como muy pocos creadores me permitió en su momento no sólo asomarme al proceso de escritura sino verlo en vivo y en directo. Ese proceso, que no resultó sencillo, tampoco fue buscado. Y se resuelve en que alguna vez, espigando entre los libros de novedades que llegaban de España, apareció El maestro de esgrima, una de sus obras tempranas pero ya redondas, necesarias, deleitables. El resto fue encargar a Madrid, en un sistema por demás rústico y carísimo, El húsar, y luego esperar un poco a que publicara La tabla de Flandes y El club Dumas. Desde el inicio, aquí su escribidor hizo la reseña, título a título, de aquel universo literario que cobraba forma y exigía espacio. En México su labor era conocida apenas aunque lo precedía su fama de reportero de guerra. Paradójicamente, aquello impedía que los “dueños” del periodismo cultural o de las globeras capillitas literarias siquiera lo mencionaran: hay muchos a quienes el triunfo de Reverte les dolía entonces y ahora les escuece. Pero su gente en la editorial, no sé quién aunque se lo agradezco, fue compilando aquellas publicaciones y el tipo estaba al tanto a la distancia. Cuando vino a México por primera vez, al término de la entrevista que ciertamente busqué, sencillamente me dijo para mi extrema sorpresa: “Así que eras tú el que me leía”.

El respeto y el apego a su desempeño fue creciendo de manera exponencial porque el tipo no se detuvo en cuanto construyó aquel mundo hecho de novelas cuyo marco era el arte en varias de sus manifestaciones, lo que se llamó con justicia Revertelandia. Enseguida llegaron a él una cantidad desmedida de lectores a los que no defraudó ni tenía cómo hacerlo: detrás del tipo curtido en muchas batallas, el periodista de guerra, había un estudioso, un académico, un intelectual desde siempre metido hasta los codos tanto en la historia como en los acontecimientos contemporáneos. Por ese afán apareció tanto la serie del capitán Alatriste como su opuesto temporal, La reina del sur. Se volvió un referente en los medios impresos semana a semana, con sus columnas y desde luego, dedicado ya únicamente a escribir profesionalmente, cada año desde entonces hay un nuevo libro suyo a disposición. Ahora, por ejemplo, circula su más reciente novela, El italiano, en donde narra una historia verídica y verificable con su inmarcesible sello: ordenar con las herramientas de la literatura los cientos de sutiles fragmentos que conforman un hecho. Leamos una línea de ejemplo contenida en El italiano: “…los hilos del azar, los mecanismos raros de la vida y la muerte, los manejan crueles e imaginados dioses”.

Así que con su permiso y su apreciada complicidad, lector querido, permítame brindar hoy por Arturo Pérez-Reverte, el escritor, el periodista, el personalísimo hermano mayor, en su 70 aniversario.

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