Aun no era hora de abrir la casilla pero ya estábamos todas las personas ahí, mirándonos unas a otras. “¿Quién es la presidenta de casilla?”, preguntó alguien. “Yo”, respondí, aun sin poder bajar la pesada bolsa que traía con agua, comida, suéter y hasta la computadora por si me daba tiempo en algún momento de escribir unas notas. Ilusa. Todas voltearon a verme, esperando indicaciones. Miré alrededor. Había dos mesas largas con la pintura levantada y cuatro sillas negras plegables. Nos presentamos por cargo: secretaria, primer escrutador, segundo escrutador, suplente, otro suplente, representantes del partido. Me senté y revisé nuevamente el “paso a paso” que me habían dado del INE. Otra vez había que contar las boletas y el revisar material, instrucciones de armado, llenado de actas y pegado de señalamientos en distintas partes de la casilla. Unas personas cargaban bancas del patio del colegio donde instalábamos la casilla. Las mamparas que nos habían entregado no llevaban la estructura de metal (supongo que por falta de presupuesto) y había que improvisar mesas. 
 
La casilla abrió un poco tarde, sin duda por la falta de experiencia de quienes conformamos la casilla. A pesar de ser domingo por la mañana, algunas personas esperaban ya pacientemente en la fila. Yo volvía al paso a paso para entender quién debía hacer qué. Pero una vez instalada la casilla y abierta para votaciones el proceso fluyó sin mayores incidentes y sin contratiempos.   
 
Nunca había sido funcionaria de casilla. Fue una experiencia cansada, pero muy interesante. Nuestra mesa era diversa, conformada por un músico (que toca el fagot), una estilista, una tanatóloga y yo, profesora. Todas estábamos entusiasmadas de estar ahí, a pesar de tener que pasar todo el domingo usando baños miniatura y sillas incomodas. Frente a nosotras estaban las representantes de partido, cuatro mujeres también con distintas profesiones. Unas con más experiencia en elecciones, otras menos.  
 
Fue también interesante conocer a las personas de mi barrio. Vivo en un centro histórico, con casas abandonadas o habitadas principalmente por familias que llevan muchos años viviendo ahí. La jornada electoral me permitió ver el gran número de personas de la tercera edad que viven ahí. Algunos llegaron acompañados con hijos, otros llegaron solos, asistidos solo de un bastón. Si bien el instituto electoral había mandado mamparas especiales para que votaran personas con problemas de movilidad, la accesibilidad al edificio -una escuela construida en un edificio antiguo con escaleras empinadas en la entrada- era casi imposible. La rampa de acceso para personas con discapacidad era una burla que parecía más bien una resbaladilla pronunciada. Tanto las funcionarias de casilla como las representantes de partidos estuvieron siempre dispuestas ayudar. A lo largo del día cargamos sillas de ruedas, asistimos a personas del brazo, acercamos mesas o sillas para que pudieran emitir su voto. Un ejercicio ciudadano donde poder votar era un derecho que todos pudimos -y sentíamos el deber de- cuidar. 
 
Estuvimos casi 14 horas en la casilla. Montando y desmontando el mobiliario, llenando actas y leyendo las libretas una y otra vez. Contamos las boletas en voz alta varias veces hasta que las 8 personas que estábamos ahí estuvimos satisfechas con el resultado. Las elecciones terminaron y sin duda hay mucho que analizar sobre las nuevas (o viejas) conformaciones políticas, sobre lo que significan estas elecciones para la elección presidencial de 2024. Para mí, sin embargo, estas elecciones mostraron que existe un aparato electoral que no solo funciona sino que realmente depende de la participación ciudadana. Los ataques constantes al INE, no solo debilitan a la institución y minan la confianza en el árbitro electoral, también socavan el interés de la ciudadanía para participar en las elecciones (ya sea como electores o como funcionarios). Los y las ciudadanas ya construimos un sistema electoral que funciona, que tiene resultados son confiables. Corresponde defenderlo porque desde ahí podemos remover a los políticos y partidos que una y otra vez se reciclan y que demuestran su resistencia al cambio, a cumplir con las reglas y a ser evaluados.


Profesora investigadora del CIDE.
@cataperezcorrea

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