Hace casi dos meses, escribí en este diario, sobre mi experiencia con COVI19 y las secuelas que tenía casi 3 meses después de haber enfermado. Contaba como, a pesar de haberme curado de la enfermedad, muchos de los síntomas —cansancio, mareo, opresión de pecho— subsistían. Muchas personas me escribieron en respuesta, narrando sus propias historias. Personas que a 3, 4 o 6 meses de haber enfermado, seguían con síntomas. Mencionaban caída de cabello, palpitaciones, problemas digestivos, sensación de adormecimiento o de shocks eléctricos en la piel, dolores de cabeza, mareo y vértigo, dolores musculares y cansancio incapacitante. Algunas contaban que perdieron el olfato y a 3 o 4 meses de haber enfermado no lo habían recuperado. Otras más afirmaban que les cambió la percepción de gusto de algunos alimentos como el café y que a veces percibían un sabor peculiar “como de hierbas”. Otros relataron tener problemas de memoria —para recordar cosas simples— o dificultad para concentrarse.

Muchas personas se sentían frustradas por no conseguir respuestas útiles de los médicos. Estos, en algunos casos, les decían que sus síntomas eran producto de la ansiedad o estrés. Otras más se quejaban de que sus familiares no les creían o que en el trabajo les exigían volver de manera regular pues ya habían dado negativo a la prueba. Estos problemas habían hecho que algunos perdieran su trabajo u optaran por guardar silencio en el contexto familiar. “Creen que exagero”, contaba una persona.

En meses recientes se han publicado algunos estudios sobre las secuelas del COVID19, aunque aun no hay tratamientos claros ni respuestas claras sobre qué causa el COVID largo. Un estudio apunta a que son factores de riesgo. Gran parte de los esfuerzos médicos hasta el momento se han concentrado en salvar a las personas hospitalizadas y aún para entender el COVID largo (es más, ni siquiera tiene un nombre clínico aún). Es normal, salvar vidas es la prioridad. Sin embargo, cada día crece el número de personas recuperadas con secuelas.

Se estima que de las personas que han tenido la enfermedad tienen secuelas. En Estados Unidos se han confirmado 317 mil muertes por COVID19 y 17.8 millones de infectados. Eso significa que 1,780,000 personas en aquel país padecen secuelas por la enfermedad. En México no tenemos idea de cuántas personas han sido infectadas porque se optó por no hacer pruebas. Ni siquiera sabemos con certeza cuántas personas han muerto, pero si la experiencia de otros países se replica acá, podemos hablar de una crisis de salud pública que continuará aún si las vacunas logran contener la epidemia. Al no haber tenido acceso a una prueba, muchas personas no sabrán de dónde vienen sus síntomas, lo que será un reto mayor para nuestro sistema de salud.

La buena noticia es que en varios países se han abierto clínicas en universidades y hospitales para estudiar y ensayar tratamientos. Falta mucho para que ese trabajo rinda frutos y meses para que esos esfuerzos se traduzcan en tratamientos disponibles en países como en nuestro en el que aún discutimos la utilidad del cubreboca. Pero como dicen por ahí: la esperanza es lo último que se pierde.

Profesora investigadora del CIDE
@cataperezcorrea

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