En este mes de la amistad que está por terminar y en vísperas del Día Internacional de la Mujer, vale la pena poner sobre la mesa el tema de las relaciones, y es que en la actualidad las parejas enfrentan difíciles retos para mantener un vínculo sentimental que ofrezca cuidado, apoyo y otorgue seguridad afectiva. Encaran esquemas afectivos tradicionales bajo las premisas del matrimonio, organización doméstica y la crianza de los hijos, que en el caso de México, son atravesadas por el lastre del machismo y dan lugar a relaciones poco equitativas, donde nuevamente, son las mujeres quienes en la mayoría de las ocasiones están en desventaja. Es posible que el mito del “ amor romántico ” afecte la idea que tenemos de las relaciones de pareja. El amor romántico plantea un modelo de conducta amorosa que involucra la idealización del otro; la búsqueda de la media naranja; un amor que supuestamente debe perdurar para siempre, sin importar lo que haya que hacer para superar cualquier obstáculo y conservar la relación a toda costa. La idea del amor romántico comulga con creencias como que el amor lo puede todo, así como con otros mitos, como que si no sufres no hay amor, o que los celos son signo de amor y requisito indispensable del amor verdadero. Sin darnos cuenta, esta “forma de amar” promueve dependencia, pasividad, abnegación y relaciones tóxicas, que afectan de manera particular a las mujeres, puesto que la cultura se ha encargado que sean ellas las que sueñan con el ideal de amor romántico, que sueñen con la figura del príncipe azul, con una entrega incondicional, sumamente dependiente del hombre; necesitadas de su protección y afecto. Al entender el amor de esta forma, aumenta la probabilidad de que las mujeres sean víctimas de violencia y de permitirla, ya que, equivocadamente pueden pensar que el amor, y la relación con su pareja, es lo que da sentido a sus vidas, y que renunciar a ese amor, es sinónimo de fracaso, llevándolas a tolerar nuevos abusos, así como a postergar la ruptura, a buscar ayuda y/o cambiar de pareja, perpetuando relaciones tóxicas y violentas.

La violencia de pareja es una de las formas más comunes de violencia contra la mujer; se trata de cualquier acto mediante el cual una persona trata de doblegar a su pareja y su intención es dominar y/o someter a través del abuso de poder, lo que puede dañar psicológica o físicamente. Las expresiones de la violencia son múltiples y puede incluir maltrato psicológico o emocional, a través de conductas de control, burlas, humillaciones o celos; violencia física como empujones, jaloneos o golpes u otros tipos de heridas que provocan un daño físico; o agresiones de tipo sexual que incluyen cualquier acto sexual no consensuado y violencia económica, que ejerce el control a través del dinero. En el caso de la violencia hacia los menores se incluye otro tipo de violencia que es la negligencia, descuido en el cuidado y protección que debe otorgarse a los niños y niñas. La violencia puede ocurrir en cualquier momento de la relación, desde la primera cita, en el noviazgo o tras varios años del vínculo amoroso y puede comenzar con “simples” comentarios incómodos, pero escalar hasta alcanzar dimensiones más graves que pueden comprometer la integridad física y mental de quien la padece y de los hijos. Como toda relación, la violencia, tiene la característica de ser bidireccional, lo que significa que ambos colaboran para que sigan las cosas como están, o bien, que tanto hombres como mujeres pueden ser victimarios o víctimas de violencia en una relación. Sin embargo, las estadísticas muestran que la abrumadora carga mundial de violencia infligida por la pareja afecta mayormente a las mujeres, quienes mantienen en su mayoría la relación por miedo a que las dañen, dañen a sus hijos o por dependencia económica. De acuerdo con información de la Organización Mundial de la Salud, tres de cada diez adolescentes denuncian que han sufrido violencia en el noviazgo. En México, según la Encuesta Nacional sobre Violencia en el Noviazgo, 76% de las adolescentes entre 15 y 17 años ha sufrido violencia psicológica, 17% sexual y 15% física. Por su parte, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, informa que en 2021 se recibieron más de un millón 241 mil llamadas telefónicas de emergencia, pidiendo auxilio por violencia de pareja, de género o familiar, que regularmente reporta agresiones hacia los hijos. Basta con ver los reportes diarios de feminicidios para entender que las agresiones en contra de las mujeres no pueden ser toleradas y es necesaria la intervención del Estado para corregir, prevenir más daños y castigar a los agresores.

Paralelo al incremento de las distintas formas de violencia en el territorio nacional, se reportan, en los últimos años, un aumento en las prevalencias del uso de alcohol y drogas estimulantes, preocupantemente de metanfetaminas. El consumo de crack, cocaína y metanfetaminas está relacionado con comorbilidad de trastorno antisocial de la personalidad en pacientes que están en tratamiento. Este trastorno se caracteriza por la falta de control de impulsos sexuales y agresivos, la ausencia de culpa y el resultante en la conducta violenta. Cabe preguntarnos ¿los altos niveles de consumo de metanfetaminas que al día de hoy representan más del 50 % de consumo, en los casos atendidos en Centros de Integración Juvenil y droga que ocupa el primer lugar en motivar la búsqueda de tratamiento, está relacionado con el aumento de todo tipo de violencias en el país? La evidencia científica disponible sugiere que, en numerosas ocasiones, la violencia ejercida hacia la pareja o en el contexto familiar es perpetrada bajo los influjos de sustancias como el alcohol, ampliamente estudiado por sus efectos sobre la agresividad y su asociación con la comisión de actos violentos. Los daños en corteza prefrontal del alcohol, y drogas en general, están ampliamente documentados por los efectos sobre la impulsividad y conducta agresiva que generan. Además, hay que recordar que la pareja puede jugar un papel fundamental en el inicio y la continuación del consumo excesivo de alcohol y el uso de otras sustancias entre las mujeres. No hay lugar a dudas de las desventajas de género en la que vivimos las mujeres.

La baja percepción del problema en las relaciones sentimentales puede invisibilizar situaciones en las que la víctima sufre violencia sin etiquetarla como tal, e incluso llegar a la normalización de dinámicas violentas en la relación de pareja que se pueden perpetuar desde el noviazgo, trascender a la vida conyugal y transmitirse de manera intergeneracional. En cualquiera de sus formas, la violencia de pareja puede impactar no solo la salud física de las víctimas y de sus hijos, sino también su salud mental, favoreciendo el desarrollo de síntomas depresivos y ansiedad, así como promover la ideación e intentos suicidas.

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