En una nota anterior, le comentaba que un indicador del éxito de los países (o regiones o ciudades) es su tasa de migración. La gente siempre ha ido y seguirá yendo a donde tenga las mayores posibilidades para mejorar su vida. Y la gente siempre se ha ido y se seguirá yendo de donde no tenga oportunidades. En este punto, la lección política es que si la riqueza no va a la pobreza, la pobreza irá a la riqueza.
En esta ocasión, quiero comentarle que, para mí, un indicador del grado de progreso de un país es la relación que guardan sus tasas de homicidios y suicidios. Esta idea es una extensión de la tesis civilizatoria del historiador Toynbee de que las civilizaciones “siempre mueren por suicidio o asesinato —y casi siempre por lo primero” (A Study of History, 1965: nota del editor, p. 318). Para Toynbee, las civilizaciones eran redes de relaciones sociales que podían crecer o morir a razón de la calidad de las decisiones de sus élites culturales (ojo: no económicas). En este orden de ideas, decía el historiador, que las civilizaciones mueren más por su incapacidad para resolver sus problemas, que por el ataque de otras. En detalle, el suicidio sucede cuando élites culturales dejan de responder “creativamente” a los problemas y circunstancias adversas. Si esto les suena familiar, tal vez no sea una simple coincidencia.
Al respecto, una señal distintiva de las sociedades económica y políticamente avanzadas, son sus bajas tasas de homicidio y altas tasas de suicidio. Lo inverso sucede con las sociedades más atrasadas. Pero en México estamos en el peor escenario posible: nuestra tasa de homicidios es elevada y la de suicidios también. Y para colmo de males, además, ambas vienen en rápido aumento (ver http://geocrimen.com/blog/).
En México, la tasa de homicidios del año pasado fue de alrededor de los 29.5 homicidios por cada cien mil habitantes. Y la de suicidios, de 5.5 por cada cien mil habitantes. Pero lo peor, como le adelanté, es que ambas crecen rápidamente. Especialmente, la tasa de suicidios. Si la tasa de homicidios de 2018 fue un 65% mayor a la de 1990, la de suicidios fue un 129% mayor. Es decir, que la tasa de suicidios se ha (más que) duplicado en estos últimos 29 años. Y el crecimiento se ve imparable. En especial, en la ausencia de una política pública al respecto.
En este sentido, pensando en el futuro cercano, veo muy poco probable una reversión de ambas tendencias. Aquí, lo más probable es que muchos sigan muriendo por homicidio (más de 35 mil personas al año) y por suicidio (más de 7 mil). Objetivamente, la política de seguridad no está funcionando. Lleva sexenios sin funcionar. Y la de salud pública al respecto del suicidio, como le comento, ni siquiera existe.
Queda por verse lo que harán nuestras élites del corte de Toynbee. Tal vez, nos digan que estemos tranquilos, que todo está bien, que peor están Corea o Taiwán, con tasas de suicidio del 27 y 20 por cien mil respectivamente. O Groenlandia, que con su tasa de suicidios de 83 por cien mil habitantes, la más alta del mundo, sin duda también enfrenta serios problemas.
Pero el punto central de Toynbee era precisamente ese: cómo se reacciona. Si la reacción sólo sea discursiva, estamos perdidos. Pero si la reacción es por la vía de políticas públicas fundamentadas y realistas, podremos salir de este mal paso.
Investigador y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-3). Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (CentroGeo).
Twitter: @cjvilalta