Desde que el ser humano tiene memoria, el futuro le provoca una mezcla incómoda de curiosidad e incertidumbre. Cambian las épocas, las culturas y las creencias, pero no el impulso: intentar asomarnos a lo que viene, aun sabiendo que casi siempre nos equivocamos. Los cierres de año alimentan esa tentación. Nos gusta pensar que lo peor quedó atrás y que el calendario, por sí solo, inaugura algo mejor.
Con ese ánimo —y con ese riesgo— me voy a salir de mi área de confort para atreverme a trazar un panorama para nuestro país en el año que viene, a lo largo de una serie de tres columnas que se publicarán hoy, mañana y pasado.
Se acaba 2025 y México entra a 2026 con una fantasía peligrosa: creer que el mundo nos va a dar permiso de “normalizar” la violencia, la economía y la política. No lo va a dar. El mundo (y en especial Donald Trump) viene más áspero, más transaccional e impaciente. Y eso, para México, no es una nota de color: es el terreno completo del juego.
2026 no será el año de los grandes anuncios. Será el año de las pruebas de estrés: comercio, seguridad, energía, tecnología y finanzas pegándole a la misma puerta… al mismo tiempo.
Comercio: menos globalización romántica, más “te compro si me convienes”
La conversación global ya no gira en torno a la eficiencia. Gira en torno al control: control de cadenas de suministro, de minerales raros y críticos, de tecnologías y de fronteras. El proteccionismo no es una mala racha: es la nueva política industrial.
Para México, esto se traduce en dos realidades simultáneas:
- Oportunidad: el nearshoring no murió, pero se volvió más selectivo. Ganará quien pueda ofrecer certidumbre, seguridad y energía. - Riesgo: el comercio se está convirtiendo en un arma. Aranceles, cuotas, revisiones, reglas de origen más agresivas e inspecciones usadas como presión política. 2026 puede ser el año en que el acceso a los mercados se negocie caso por caso, sector por sector.
No confundamos “ser socio” con “ser indispensable”. La diferencia es brutal: al socio lo reemplazas; al indispensable lo proteges.
Estados Unidos: el vecino ya no debate, factura
México no elige el clima político de Washington, pero sí paga la cuenta. Y 2026 pinta como un año en el que la política exterior estadounidense se parecerá más a un tablero de presión doméstica: migración, fentanilo, frontera, cooperación en seguridad e inversiones “sensibles”, es decir, aquellas que mira con lentes de seguridad nacional, no solo económicos.
El punto no es ideológico. Es operacional. Nos van a exigir resultados verificables. No discursos. No cifras maquilladas. Resultados medibles: decomisos, judicialización, reducción de flujos, controles fronterizos y trazabilidad.
En este contexto, México tiene una sola estrategia inteligente: anticiparse. No esperar a la primera crisis mediática para improvisar grupos de trabajo. El costo de reaccionar tarde es demasiado alto.
Seguridad: el Estado no solo no está ganando la guerra, está perdiendo el monopolio del miedo
La violencia en México ya no se limita al homicidio. Es control territorial, extorsión, desaparición, cobro de piso, desplazamiento y captura de mercados locales. Es economía. Es gobierno informal.
Y aquí viene el golpe: si México no reduce la extorsión presencial y el control territorial, todo lo demás es cosmética. Puedes presumir inversión, turismo o crecimiento, pero si el comerciante paga piso y el transportista vive bajo amenaza, el país opera con freno de mano.
2026 debería ser el año de una decisión incómoda: medir el éxito no por el número de detenidos, sino por zonas recuperadas y mercados liberados. ¿Qué municipios eliminaron la extorsión? ¿Qué corredores logísticos dejaron de ser de pago? ¿Qué cadenas productivas dejaron de financiar a grupos criminales?
Si no se puede responder eso, no se está mejorando la seguridad. Punto.
La primera prueba para México en 2026 no es si puede resistir la presión externa, sino si puede crecer sin colapsar internamente. Porque aun si el país sortea el comercio, la relación con Estados Unidos y la seguridad, hay dos cuellos de botella que no admiten discurso: la energía y la capacidad real del Estado.

