El Estado se define como la máxima organización en un territorio, con un mando político dominado por una estructura burocrática que ostenta el monopolio del uso legítimo de la fuerza. La diferencia entre Estado y gobierno suele confundirse erróneamente como lo mismo. El primero es permanente, mientras que el segundo, aunque forma parte de aquél, es temporal.

El atentado contra Omar García Harfuch no debe ser considerado como un mero ataque al jefe de la policía capitalina o porque trabaja para un gobierno de una corriente política específica. Si algo hemos visto en los últimos años es que quienes conforman el mundo del crimen organizado tienen sus propios códigos y reglas, y el hecho de que no formen parte de una sociedad que respeta la ley, no significa que no tengan sus propias “leyes”.

La forma en que comunican sus acciones al resto del mundo tiene el mismo peso que el fondo que pretenden transmitir a través de ellas. Si algo lograron con este ataque fue precisamente eso. Utilizaron un camión balizado con blindaje “artesanal” atravesado en el icónico Paseo de la Reforma, por el rumbo de Lomas de Chapultepec; operaron decenas de sicarios con armas militares de alto calibre, utilizaron equipos de radiocomunicación, uniformes para mimetizarse con el entorno, chalecos blindados y varios vehículos para la huida. Recabaron inteligencia y desarrollaron una logística con ensayos previos. El objetivo fue el jefe de la policía de la capital del país, lo que implica un gasto millonario. El mensaje es rotundo y contundente, no admite omisión alguna.

Este ataque, nunca visto en la capital, trasciende las fronteras personales, de corrientes partidistas o de gobiernos locales. Antes de empezar una confrontación se ponderan pros y contras, se evalúa al rival y se miden las ganancias (o las pérdidas) potenciales. A partir de estos factores y de acuerdo con mi experiencia profesional, no hay la menor duda de que se trata de un atentado al Estado.

Muchas reflexiones se dedicarán a analizar qué, quién, cómo, cuándo y por qué tan deleznable acto. Mi cuestionamiento va enfocado hacia otra dirección: ¿y ahora qué sigue?

Desde el inicio de este gobierno se ha degradado la importante función de la seguridad alrededor del Presidente de la República. Ya sea por dogmas, porque “el pueblo lo cuida” o mantener vigente su imagen política “diferente a los anteriores”, es inquietante (por decir lo menos) observar el nivel de riesgo que se tolera, sin importar ideologías ni militancias partidistas.

Para demostrarlo solo bastan ejemplos: ya no es seguro utilizar aeropuertos comerciales y para evitarlos el gobierno cuenta con una flota de aviones y helicópteros militares. Así es posible mantenerlo a salvo, bien comunicado todo el tiempo, con secrecía en su logística y para asegurar puntualidad en su agenda de trabajo. ¿En serio va a volar en línea comercial a Washington con escala en Atlanta o Houston con un puñado de miembros de su staff? ¿O estará incomunicado todas esas horas de vuelo? ¿Se atreverán a comprar el boleto más barato, so pretexto de la perniciosa austeridad republicana?

Por su parte, hemos visto a Claudia Sheinbaum transportándose en bicicleta o en el Metro rumbo a su oficina. Sería un acto de negligencia suprema sostener esta irresponsabilidad. Es la cabeza del gobierno de la capital del país, un personaje de vital importancia (les guste o no) para la vida política. Esto debería ser extensivo para funcionarios clave de otras áreas que los mismos criminales mencionaron ya con nombre y apellido.

De vital trascendencia para el país es continuar con un profundo y transparente análisis del atentado, pero más todavía aprender la lección para detectar, prevenir y evitar estos condenables actos. De ahora en adelante, el cuestionamiento y la mentalidad, traducidos en directrices, deben enfocarse en cuándo ocurrirá y no sólo a preguntarse ingenuamente si alguien se atreverá a desafiar violentamente al Estado de aquí en adelante.

La administración federal cumplirá su ciclo hasta el 2024, pero los criminales no operan sexenalmente e intentarán conquistar más territorios, particularmente aquellos donde el Estado esté más débil o ausente. Las autoridades de todos los niveles deben estar preparadas para las acometidas que vienen y no pecar de omisas, como hasta ahora.

Especialista en seguridad corporativa

@CarlosSeoaneN

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