En fechas recientes hemos conocido de manifestaciones públicas que generan excesos de las fuerzas del orden y al mismo tiempo destrucción de propiedad pública y privada a manos de grupos que piensan que su causa amerita el caos. Se aproxima el 2 de octubre y los ánimos sociales andan encendidos.

México es presa de estigmas sociales y dogmas heredados de los acontecimientos de 1968. Desde ese entonces y poco a poco las posiciones perceptuales de la ciudadanía se han tornado extremas (es como opinar acerca del aborto o la eutanasia), donde todo es negro o todo es blanco y no existe posibilidad de grises intermedios.

Las imágenes de policías golpeando manifestantes no violentos y otras de un sujeto vertiendo gasolina sobre un policía y prendiéndole fuego, imponen terribles ejemplos de ambos lados. ¿Quién está bien o quién está mal? Ambos se equivocan cuando no hay otra salida más que la radicalización, nadie es dueño de la verdad absoluta.

La función de un aparato de seguridad pública se puede resumir en dos sencillas líneas: Preservar la paz y el orden público, además de perseguir y castigar el delito. Como ciudadanos en una democracia, elegimos un gobierno con la esperanza de que estas dos directrices se cumplan cabalmente para permitir el desarrollo como individuos y como sociedad. Por tal razón surge la noción del monopolio del uso de la fuerza, que es otorgado por los ciudadanos al gobierno en funciones para que ejerza el poder en el territorio que le corresponda.

La teoría sostiene que solo el Estado puede tener esta prerrogativa, ya que la sociedad lo ha elegido como la autoridad máxima, ergo, se debe de respetar. Este concepto choca frontalmente con la ideología del anarquismo, doctrina política que pretende la desaparición del Estado en defensa de la libertad del individuo por encima de cualquier orden de gobierno.

Y aquí es donde nos encontramos ante el dilema de cómo asegurar la paz frente a conductas antisociales y/o delincuenciales. Observar a encapuchados destrozar y saquear locales comerciales, ubicarnos como mudos testigos de la toma de vías del ferrocarril bloqueadas por docentes sindicalistas y al final registrar un saldo con pérdidas millonarias, nos muestran claros síntomas de descomposición e impunidad que incentivan la recurrencia de estos actos.

También incomoda el temor permanente de sufrir abuso autoritario de cualquier índole. No cesan las detenciones arbitrarias, agresiones físicas e incluso desapariciones forzadas cometidas por aquellos cuya misión es protegernos. Distender las posiciones antagónicas y evitar el conflicto permitiendo la intervención de amplias dosis de racionalidad y prudencia se impone como la fórmula ideal para inocular a los actores y vacunarnos todos contra la impulsividad que destruye instituciones, patrimonio y hasta sociedades enteras. Existe solo una delgada línea entre la paz y la inestabilidad social, amenazada por la manipulación y el divisionismo, vengan de donde vengan.

Es imperativo aplicar la experiencia y las mejores prácticas con valor político y no la neutralidad sin sentido. Temer al daño a su reputación por ser llamado represor y autoritario empequeñece a los gobernantes más inteligentes, ya no digamos a los menos brillantes.

Para el gobierno replegarse sería imprudente y por ello enfrenta la delicada responsabilidad de actuar de un modo justo y racional. Para algunos sectores de la sociedad, vandalizar y agredir ciegamente no significan simple rebeldía, sino actos fuera de la ley que deben sancionarse.

Gran parte de los problemas que México enfrenta es atizada por la lucha sorda y absolutista de estas ideas. Por eso prima el enfrentamiento sobre los acuerdos. El equilibrio entre derechos y responsabilidades, entre libertad y respeto a la ley, es un camino que no terminamos de recorrer. Y vamos para largo, porque a menos de un año de elecciones cruciales para el futuro de nuestro país, la confrontación y la violencia política, avivadas en mucho por los videoescándalos, las fake news, la distorsión deliberada en el discurso y los bots en redes sociales, amenazan con desbordarse en las calles.

*Especialista en seguridad corporativa

@CarlosSeoaneN

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