En su conferencia mañanera del 12 de junio, el Presidente López Obrador hizo una declaración tanto despectiva como aterradora: “no secuestran a un pobre, secuestran al que tiene”. Con esto, demostró claramente su desconocimiento de un fenómeno criminal que por décadas ha azotado a nuestro país.

El secuestro en México inició a principios de los años 70´s como un medio de financiamiento para grupos político-guerrilleros. Para finales de esa década y la de los 80´s, grupos criminales ordinarios también incursionaron en este ilícito, sin que hasta entonces representara una gran amenaza para la sociedad.

Sin embargo, la pesadilla comenzó en los 90´s con los llamados “secuestros de alto impacto”, es decir, los que representaban un potencial rescate millonario. Casos como los de Gutiérrez Cortina, Vargas Guajardo, Harp Helú, Losada Moreno y Pérez Porrúa, llegaron a las primeras planas de los diarios nacionales. Estas familias poseen grandes fortunas y por ello el imaginario popular infiere que este es un delito en el cual solamente los ricos pueden ser víctimas.

El verdadero horror llegó a fines de esa década, cuando secuestradores “químicamente puros” transformaron este delito en una industria. Figuras como los infames Daniel Arizmendi, Andrés Caletri, Pedro Barragán, “El Loncho”, José Luis Canchola y los Montante, irrumpieron con grados de crueldad y violencia nunca antes vistos para las víctimas y sus familias.

En el presente siglo, casos tan tristes como el de los hermanos Gutiérrez Moreno (su muerte detonó la que AMLO llamó peyorativamente “la marcha pirruris”), Paola Gallo, Hugo Wallace, Silvia Vargas y Fernando Martí (Q.E.P.D.), hicieron que la nación se estremeciera y que, en respuesta, las autoridades elevaran las penas carcelarias hasta 140 años, en un absurdo de corte político.

Tanto en México, como a nivel mundial, es difícil encontrar estadísticas confiables sobre el plagio pero, sin duda, la cifra negra es elevada. Fuerzas policiales corruptas o incompetentes, fracasos de la justicia durante los juicios, el estrés postraumático de la víctima, el miedo a represalias, así como indiscreción e información errónea de los medios, son factores que influyen en los datos oficiales. Lo cierto y más grave es que el secuestro también ahuyenta la inversión extranjera y el turismo -componentes de suma importancia para economías locales-, motivo adicional que distorsiona aún más la estadística.

Desde el año 2004 y hasta el día de hoy, nuestro país registra una de las más altas tasas de víctimas por secuestro a nivel mundial. El sindicato de aseguradoras Lloyd´s en Londres y las grandes firmas consultoras de respuesta a crisis, nos tienen catalogados como un “Hot Spot” en la materia.

Por décadas, los secuestradores elegían con información previa a una víctima en específico (secuestro dirigido). Sin embargo, en los últimos 15 años este crimen ocurre también porque los afectados se ubican en el lugar y momento equivocados (secuestro disperso). Los criminales actualmente escogen personas de clase media, media-baja e inclusive de recursos muy modestos. Rescates por decenas de miles de pesos que hubieran sido impensables durante el siglo pasado, hoy por hoy son nuestra realidad. La pregunta es obligada: ¿de verdad hay delincuentes que se juegan medio siglo de cárcel por unos cuantos miles de pesos? La respuesta contundente es sí.

Con base en mi experiencia como consultor en crisis, en México este no es un delito motivado por el hambre o la pobreza, sino producto de la codicia y la avaricia. Quienes plagian conciben este ilícito como un negocio de bajo riesgo con una rentabilidad aceptable.

Cuando el propio López Obrador lo diagnostica tan erróneamente, sienta bases falsas para su tratamiento y combate, ya no digamos para erradicarlo. Todavía peor, para ser el país con mayor cantidad de plagios en el mundo, es reprobable que la Coordinación Nacional Antisecuestro (CONASE) haya sufrido recortes presupuestales. Al fin que, según AMLO, este delito es contra "los que tienen", aunque en los datos incuestionables del mundo real afecte a todas las clases sociales, incluida aquella que tanto influye en sus discursos y en sus programas de gobierno.

Especialista en seguridad corporativa

@CarlosSeoaneN

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