Mi primer recuerdo de carácter político fue cuando tenía 7 años, previo al ocaso del sexenio de Luis Echeverría en 1974. Conté un chiste en una reunión familiar que provocó la risa de todos los adultos (asumo que fue porque obviamente no tenía la menor idea de lo que significaba); “¿Saben por qué a López Portillo le dicen el tractor?... porque los tractores desplazan a los bueyes.”

El chistorete provino de una plática entre los profesores de mi escuela primaria. Al ver la gracia que causaba entre ellos, decidí compartirlo con mis tíos y mis papás.

Mi segundo recuerdo proviene de la crisis económica provocada una vez que el “buey” Echeverría dejó el poder y que el “tractor” López Portillo lo asumió. No tengo idea del impacto económico que mi familia padeció por las pésimas decisiones de Echeverría, pero no tengo duda que mis padres las sufrieron.

Mi tercer recuerdo fue cuando López Portillo salió del poder en 1982. La célebre frase pronunciada al inicio de su mandato: “Defenderé el peso como un perro” y su hipócrita llanto durante su último informe presidencial, pasaron directamente al basurero de la historia. Tristemente, también pasaron a la historia una nueva crisis económica, una brutal devaluación del peso de alrededor del 500% y una inflación rampante. Y aquí sí, ya entendí de que se trataba este asunto.

En 1982, yo vivía con mi madre y mi hermano en Chula Vista, California. Tras el divorcio de mis padres, mi mamá, al tener familia en aquellos lares, creyó que sería un buen lugar para volver a empezar. Viviendo en Estados Unidos, sus modestos ahorros en pesos en algún banco de Tijuana, al igual que la pensión que mi papá nos enviaba mes tras mes,  se hicieron polvo de un día para otro. El regreso a la Ciudad de México fue inminente.

A mis 16 años, Miguel de la Madrid asumió la presidencia. México se encontraba ya en recesión económica, la inflación rozaba el 100% anual, la deuda externa alcanzaba niveles nunca antes vistos y el sistema financiero estaba al borde de la quiebra por la caída de los ingresos de exportación y la fuga de capitales privados.

México sobrevivió milagrosamente el sexenio de De la Madrid (terremoto de 1985 y fraude electoral de 1988 incluidos) y Carlos Salinas de Gortari recibió en diciembre de 1988 un país en mejor estado económico que su antecesor, pero no mejor que el que recibieron aquel buey y aquel tractor.

A mis 21 años y con Salinas de Gortari en el poder, todo parecía ser miel sobre hojuelas (económicamente hablando). Se reemplazó la moneda de cambio por el “nuevo peso”. De esta forma, 1,000 pesos se convirtieron en 1 nuevo peso. Se integró el Tratado de Libre de Comercio de América del Norte (TLC) y parecía que las crisis económicas de cada seis años serían cosas del pasado.

Sin embargo, el alzamiento del EZLN en enero de 1994, junto con el asesinato de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu posteriormente, presagiaban tiempos oscuros por venir… y así fue.

A finales de 1994, una vez que Ernesto Zedillo había asumido el poder, ocurrió el brutal  “error de diciembre” que dio pie al “efecto tequila” en los mercados internacionales. Volvimos a padecer una gran devaluación, inflación desmedida y pérdida del poder adquisitivo.

A mis 28 años, pude ver a conocidos perder sus empleos o cerrar sus negocios y/o perder sus autos e inclusive sus casas ante el impago por las crecientes tasas de interés. Personalmente, yo no cobré mi sueldo como subdirector general de Organización Lobo durante todo ese año (agréguenle a mi mamá enferma de cáncer).

Zedillo (de quien tengo una buena opinión) mantuvo a flote al país gracias a la ayuda y dinero de organizaciones internacionales y del gobierno de los Estados Unidos, y llevó a cabo la primera transición democrática del partido en el poder a la oposición con Vicente Fox en el año 2000 y esto, sin una crisis como las ya descritas.

De ahí el mando pasó de Fox a Calderón, Calderón a Peña Nieto y Peña Nieto a López Obrador. 24 años sin esas crisis brutales que marcaron a mi generación entre otras tantas. Y aquí termino con mi recuento histórico.

Casi el 60% de mi vida la he vivido azorado por el cambio de presidente sexenio tras sexenio. Y aquellas crisis del siglo XX, mi familia y yo las padecimos en un grado profundo, al igual que muchos de ustedes.

¿Y a qué quiero llegar con todo esto? Descubrí dos herramientas para paliar las imbecilidades de nuestra clase política. La primera, trabajar incansablemente y ahorrar, lo he hecho desde los 20 años a la fecha. La segunda, salir a votar libremente cuando me corresponda.

El próximo domingo elegiremos a la primera presidenta de nuestra historia junto con otros 20,000 cargos más (incluyendo nueve gobernadores, senadores, diputados federales y locales, regidores, presidentes y síndicos municipales).

Leo que los jóvenes menores de 30 años son los menos interesados en salir a votar, que nadie los entusiasma, que la clase política no los ve, que no hay nadie lo suficientemente bueno(a), pero ellos no vivieron ni padecieron lo descrito en esta columna y no saben que la estabilidad que gozan desde su nacimiento puede quebrarse en un dos por tres.

¿Crees que el país marcha por buen rumbo? ¡Sal a votar!

¿Crees que es necesario un cambio y que podríamos estar mejor? ¡Sal a votar!

Nadie se puede dar el lujo de abstenerse de ejercer este preciado derecho.

Hoy me di el lujo de no escribir acerca de seguridad, violencia y/o justicia, que son mis temas centrales. Hoy me di el lujo de escribir como un mexicano que ama a su país y que espera que esta columna convenza (aunque sea) a unos pocos jóvenes (o adultos) apáticos de salir a votar… de ser así, bien valdrá la pena valido haberles hablado de mi vida y del buey y el tractor.

POSTDATA – Un detalle que vale la pena mencionar. En el siglo pasado, la influencia del crimen organizado en las elecciones distaba años luz de ser la de ahora. Yo no tengo la menor duda de por quien votaré.

Consultor en seguridad y manejo de crisis

@CarlosSeoaneN

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