Manolete, joven Manolete… hombre, canto y figura, que recuerdo según su bravura fue uno hecho de mujer y criado por una… y por esto, como tal, valiente. De la Elegía de Manolete, poema épico ya, tomo estos versos: “¡Pero si no puede ser / lo vi con mis propios ojos / y no lo puedo creer! / ¿Sabe usted una cosa, mare? / ¡Hoy ha muerto Manolete / en la plaza de Linares! / Que momento más tremendo. / Lo he visto morir matando / le he visto matar muriendo. / Fue un torito traicionero / de la raza de Miura /que le llamaban Islero. / Mucha casta, más bravura”. Y cómo no iniciar así esta columna cuando deseo exaltar la vida de otra mujer de mi corazón, que me hizo hombre como aquellas doñas que viven en mi memoria: Socorro Mora, Octavia Quiñónez, Consuelo Álvarez, Yolanda Contreras y a quien dedico esta columna doña Gloria Álvarez Fernández de Canto; además de las musas literarias que encienden mi pecho como Rosario Castellanos y Virginia Woolf.

Amada tía, felices 75 años, (entre tú y yo)

Ellas, todas, me enseñaron a ser un hombre responsable. Fueron mis mentoras, mis guías para entender, o cuando menos tratar de descifrar, un poco el alma de las mujeres más fuertes y plenas que me dieron educación, con las que compartí años más tarde risas, regaños y llantos. Me ayudaron a entender también a las otras mujeres de mi alma, con las que compartí la sed y el deseo. Las mujeres, lo aprendí desde mi infancia, son sagradas e intocables. Benditas porque sólo un cuerpo congraciado con el universo tiene esa capacidad divina para dar la vida. ¡Oh mezquindad de aquellos que ignoran la valía femenina!

Mi tía Gloria, generosa y maternal, nos recibió en su hogar hace algunas semanas. Lo hizo como acostumbra, desbordada de entrega, de atenciones y al mismo tiempo, en su infinita ternura, tan bravía como inquebrantable. Ella es así, una amazona de palabra suave y adorada por todos. Y lo digo: cuando aflora su carácter, las palabras se tornan esquirlas que abrazan el blanco. Mi tía, vaya, “no tiene pelos en la lengua”, lección enseñada de generación en generación a cada miembro de nuestra familia.

Soy el afortunado primogénito de su hermana mayor, eso me lo ha dicho hasta el cansancio. Tal declaración la convierte en una segunda madre para mí, y suyo soy. Dicha labor de madre la ejercita por completo cuando se trata de aleccionar a quien esto escribe. Entre las memorias compartidas con mi tía narro ésta: fui su “chaperón” en ese increíble, divertido y ruidoso noviazgo que tuvo con el amor de su vida, mi también adorado tío Carlos Canto Jorge, taurino hasta la medula, que me enseñó a amar desde pequeño la tauromaquia.

Mi tío, aficionado práctico, cantante, poeta y comerciante; querido tocayo, nadie jamás en la historia taurina, cantará/declamará, mejor que tú la Elegía de Manolete. Y sin embargo, para ti, amado Carlos, te muestro estas cantinelas de Fernando Villalón, el poeta y ganadero Conde de Miraflores: “Plaza de piedra de Ronda, /la de toreros machos: /pide tu balconería /una carmen cada palco; / un Romero cada toro, / un Maestrante a caballo / y dos bandidos que pidan / la llave con sus retacos. / Plaza de piedra de Ronda, / la de los toreros machos”. Sólo tú, querido tío, has podido amar a la bravía.

Mi tía Gloria no sería la gran señora que es sin esa voluntad a prueba de todo que tiene por personalidad, que dicho sea de paso pocas mujeres y hombres hacen gala de tal fortaleza, y lo sé de cierto que en nuestra casa-y-familia la voluntad de “hacer” y “ser” forma parte de nuestra herencia y valentía. Los “Álvarez” como le encanta autodefinirse son de otra clase -ni alta, ni baja- sólo de otra clase, sin duda, y para nada tiene que ver con cuestiones sociales. Eso poco le importa, nunca le importó, ni le importará ya. En ese “Álvarez”, como lo define, por supuesto se incluye la primera, están sus cuatro hermanos a quienes adora con devoción: Ramón (Monchi) y Víctor (chichi) desde el cielo son un referente constante; también están Guillermo (Memo) y Consuelo (Chelo, mi madre), su mayor ejemplo de vida. La admiración desmedida, el respeto absoluto por su sangre y carne es absoluta.

A mí madre, mi tía, la idolatra y se lo repite permanentemente. Mis abuelos, don Ramón Álvarez Flores y doña Consuelo Fernández Bobadilla, al ser Gloria la pequeña de la casa supongo que la chiquearon de más y, sin embargo, aseguro para bien que fue justo por ese motivo que su carácter se fortaleció y fraguó en ella esa imponente personalidad.

Gloria fue dueña de una belleza incomparable en su juventud. Famosa por el uso desordenado de su increíble convertible, era la más admirada “chamaca” de su generación. Fue también de las primeras en cruzar el charco en los años sesenta, del siglo pasado, de donde regreso con los ojos más grandes por tanto aprendizaje y cargada de obsequios para todos. En especial para su sobrino favorito, es decir: quien escribe estas palabras. De forma inusitada me compró un traje de luces original y por demás bellísimo.

Con una fortaleza interior echa a prueba de balas, mi tía, construyó una ejemplar familia los “Canto-Álvarez” con guion, ahí nadie está sobre nadie, todas y todos son iguales. Mis primas Gloria Yolanda y Olga Ivette, y mi primo Carlos Arturo, han endulzado la vida de mi tía con cuatro bellísimos nietos.

Justo en esa visita de hace un par de semanas, al verla, al quererla aún más cada día que pasa, me di cuenta de que jamás envejecerá. Es de esas almas preciosas que Dios nos manda de cuando en cuando, así de perfectas como la Tía Chofi de Jaime Sabines y mi tía Soco a quien tanto amo. La simpatía de mi segunda madre y su naturaleza son ejemplares. Larga vida para ti Gloria Álvarez Fernández de Canto, sigue siendo la más bella, sigue siendo la mujer de esa risa sin igual que nadie jamás podrá equiparar. Te amaré, te amaremos por siempre que es poca cosa para lo que mereces, tía de mi alma.

Y cuando pasen los años, y cuando seamos polvo de estrellas, estoy seguro que serás tú la luz sobre la vida de tu descendencia.

Hasta siempre, buen fin.

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